El peor enemigo de los argentinos

Ni a los políticos ni a los sindicalistas –que también son políticos después de todo– les interesa la gente, sin importar la organización o partido al que pertenecen ni la ideología que profesen. La política es una ciencia, no un deporte, pero la mayoría de los argentinos opinan de política con el mismo fanatismo con que piensan en el fútbol: River vs. Boca, Huracán vs. Independiente; o bien, Macri vs. Cristina, peronismo vs. radicalismo (en el siglo pasado), peronismo vs. Cambiemos (ahora), y así.

La sociedad argentina se divide en dos grupos bien diferenciados:

  • Por un lado los políticos (todos ellos, desde el presidente de la Nación hasta el más humilde concejal de un municipio perdido en el mapa) que viven a expensas del erario y que jamás pagan de sus propios bolsillos los errores producidos por las nefastas medidas que toman durante sus mandatos.
  • Y por otro lado están los ciudadanos honestos que trabajan y pagan impuestos. Dentro de este grupo están los que ahorran y arriesgan su capital mediante un emprendimiento propio, llamados empresarios; y quienes trabajan para los empresarios porque no quieren o no pueden emprender algo propio.

Nota al margen: Aclaremos que empresario es cualquier persona que desarrolla una actividad lícita con fines de lucro, es decir que el kioskero de la esquina es tan empresario como el dueño de una cadena de supermercados. En cambio, los «empresarios» (así entre comillas) que hacen negocios con el Estado no son empresarios de verdad, son mercantilistas que no arriesgan su dinero, porque cuando un contrato o proyecto no se cumple, no lo pagan ellos de su bolsillo; y si el contrato o proyecto se cumple, es pagado por el Estado a un precio muchísimo mayor que si hubiera sido realizado por un verdadero empresario privado. En ambos casos, esos negocios terminan siendo pagados con los impuestos que se les cobra a los ciudadanos honestos.

Volviendo al punto, en Argentina el primer grupo vive del segundo desde hace más de setenta años, y todo indica que seguirá siendo así por la sencilla razón de que no aprendemos más. Y no aprendemos más porque el argentino promedio, como dije antes, piensa en política de la misma manera en que piensa en fútbol, donde lo único que importa es «la camiseta» y «defender los colores del club», sin detenerse a pensar en por qué el director técnico hace un pésimo trabajo, o por qué los jugadores pierden todos los partidos y a pesar de eso viven como millonarios, o por qué el estadio siempre está a punto de desplomarse por falta de mantenimiento, o por qué los hinchas tienen que juntar las monedas para comprar la entrada a cada partido.

Que las escuelas se vengan abajo, que la gente no tenga un peso, que la educación y la salud no tengan suficiente presupuesto, que la economía sea un desastre, que realizar un emprendimiento propio sea misión imposible y que los impuestos sean terriblemente abusivos –entre miles de otros males endémicos de nuestro país– no son cosas recientes porque hace décadas que las venimos padeciendo. Es por todo lo anterior que el gran enemigo de la ciudadanía argentina no son los empresarios, ni los yanquis, ni el FMI, ni los ingleses, ni Magoya. El peor enemigo de los argentinos es el Estado argentino. Y ese enemigo lo engendraron los mismos argentinos por su falta de educación y cultura a través de casi un siglo.

Saquen ustedes sus propias conclusiones.

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Ricardo Portilla

Informático. Analista de Sistemas de Computación. Librepensador, escritor y documentalista. Webmaster de Diario El Despertador.