El contradictorio relato de las provincias: El inminente ajuste y un discurso que nunca cierra

Desde el Gobierno Nacional se han resistido durante meses a admitir la necesidad de hacer los deberes para evitar una crisis en proceso que muchos analistas anticiparon con suficiente tiempo. Las provincias hicieron algo parecido e intentaron serenar a todos mientras se oponían a cualquier cambio significativo.

Claro que dar noticias duras no resulta nada simpático para ningún dirigente político que intenta seguir ganando elecciones. Es una tarea altamente ingrata, y por lo tanto, es esperable que todos traten de evitarla. El Estado siempre gasta mal, despilfarra crónicamente, e invariablemente se convierte en un nido de corrupción estructural. Esto pasa sin excepciones, aunque con matices, en todos los niveles jurisdiccionales.

Alguno puede ofenderse con esta generalización, pero es bastante difícil refutar semejante consigna sin sonrojarse o faltar a la verdad. Probablemente, la única novedad sea que hoy todo esto es mucho más grave que antes y nada hace pensar que se vaya a modificar a la brevedad.

En ese contexto, la postergación infinita de las decisiones más profundas ha derivado en lo absolutamente predecible, es decir en una nueva secuencia de problemas que se agravan y soluciones que no llegan jamás. Cuando los que gobiernan no se enfocan en ir al hueso de cada uno de los asuntos, los inconvenientes se multiplican inexorablemente. Más tarde o más temprano, la realidad golpea a la puerta con mucha firmeza y llama a la reflexión por la fuerza, obligando a hacer lo necesario.

Las circunstancias que se viven por estas horas no son más que eso. No tienen que ver con la remanida turbulencia internacional ni tampoco con cuestiones meramente coyunturales que pasarán de largo rápidamente, por lo que solo resta esperar que el tiempo transcurra para que todo se calme. Esta vez hay que hacer algo en serio y no alcanzará solo con recurrir a una retórica prolija y cautivante. El panorama no es simple; se necesitan definiciones de fondo y un plan muy compacto para superar esta transición.

Durante todos estos meses tan difíciles, los gobiernos provinciales solo han tratado de minimizar las consecuencias y han ensayado fórmulas discursivas muy variadas, aunque todas ellas inexactas e incompletas. En el nordeste argentino, algunos gobernadores e intendentes han preferido hacer de cuenta que la situación no era tan alarmante y que todo se superaría a poco de andar, con algo de paciencia y suficiente buena onda.

Otros, mucho más combativos, optaron por apelar a alegatos bastante más hostiles y se plantaron fuertemente desde un lugar político de resistencia sistemática a los eventuales cambios que surgían desde el ámbito nacional. Ellos solo proponen llevar adelante planes de lucha, judicializar todas las decisiones controvertidas y recorrer cualquier camino que implique pararse en la vereda de enfrente del actual oficialismo.

Toda esa dinámica se derrumba frente a la realidad. Hoy ya no tiene mucho sentido seguir negando lo que sucede y mucho menos mentirle tan descaradamente a una sociedad que reclama estar al tanto de los hechos. Los que hoy gobiernan no han sido elegidos para ser aplaudidos, ni para que disfruten de las mieles del poder, o para que diseñen sus propias carreras políticas usando a la gente como piezas de un juego de mesa.

Esto de hacer de cuenta que no pasa nada ya no va más. El verso ha llegado a su fin. La situación es indisimulablemente grave y merece que la dirigencia admita lo que ocurre con total franqueza y sin eufemismos. Es tiempo de estudiar medidas serias que hagan sustentable el presente para evitar nuevos contratiempos en el futuro. Para eso se necesita de mucha serenidad y especialmente de una responsabilidad a prueba de todo.

Algunos ya lo empiezan a decir usando un lenguaje algo elíptico pero más realista. No todo lo que brillaba era oro y aquello que se dijo acerca de que esto era solo una tormenta menor se ha agotado a una gran velocidad. Va siendo tiempo de enterrar ese precario y falaz relato para pasar a la acción de un modo adecuado. La realidad no da tregua y cada nueva dilación no hace más que agravar el cuadro original y complicar el porvenir.

Los gobernadores e intendentes de esta parte del país necesitan abandonar de una vez por todas la comodidad del discurso políticamente correcto y sincerarse ante la sociedad blanqueando la totalidad de los números que administran para que todos conozcan la cruda verdad sin atenuantes. Se puede seguir utilizando ciertos ardides argumentales para evitar decir lo que ahora resulta imperioso hacer. El eterno zigzagueo que fascina a los dirigentes, ese que usan para no decir casi nada, al menos en esta parada, ya no alcanza en absoluto, no es eficaz y no funciona más.

Un ajuste en las cuentas publicas es lo pertinente para enfrentar esta crisis terminal. Algunos intentarán maquillar esta temible palabra, pero es la que mejor expresa lo que se debe encarar para salir de este atolladero. Los gobernantes que mejor interpreten este presente serán los que superen la prueba. Los otros seguirán deambulando por algún tiempo, pero lo harán sin pena ni gloria, y es posible que la sociedad los termine castigando también en las urnas por no haber tenido el coraje suficiente.

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Alberto Medina Méndez

Periodista. Consultor en Comunicación. Presidente de la Fundación Club de la Libertad (provincia de Corrientes). Liberal libertario, defensor de los derechos individuales y los mercados libres.