Preocupa el bolsillo
La mayoría de los argentinos está de acuerdo en mantener al sistema democrático, por eso el tema que les interesa y preocupa hoy es la marcha de la economía. La acción política del actual gobierno contribuyó, más que a otra cosa, a crear expectativas que no fueron satisfechas y que por lo tanto condujeron al estado de frustración que hoy impera en el país. La mayoría siente que una vez más, las urgencias electorales primaron sobre un plan global a seguir para resolver los problemas de fondo que ya son suficientemente conocidos.
El gobierno se quedó en un pálido diagnóstico que no mostró la situación real en que dejó la economía el anterior gobierno, y se siguió con ensayos keynesianos que llevaron a querer impulsar el desarrollo desde el Estado mediante inversiones estatales o privilegiadas pretendidamente. De esta manera se buscó estimular la economía con métodos monetarios y fiscales para financiaran el déficit del presupuesto con fórmulas del tipo “ni chicha ni limonada”, producto de un enfoque errado según algunos economistas, o de algún fraude deliberado según otros analistas, por temor a pagar los costos políticos que requerían las reformas estructurales. Si es que hubo intención de hacerlas, se dejaron de lado cuando parte de la oposición violenta casi toma el Congreso.
Como no hubo plan ahora seguimos el del FMI, y la situación en que se está realizando el “boca a boca” no es la mejor, pero el presidente Macri ha tenido una política exterior mucho mejor que la del kirchnerismo. Ello ha posibilitado la ayuda de ese organismo y la obtención de declaraciones positivas de otros países democráticos hacia el actual gobierno. Pero evidentemente, aunque hay deseo de cooperar, no hay confianza en Argentina. En el pasado se promovieron políticas salvadoras, se aportaron recursos, pero están prevenidos ante tantos fracasos.
El gobierno actual, o el que le suceda, debería plantearse una revisión de la política económica que tenga un discurso animado por verdades irrefutables, las cuales debimos aprender de las frustrantes experiencias económicas del pasado. Tal gobierno debería poner en evidencia las pérdidas de las empresas estatales, la asfixia de los contribuyentes ligada a una presión fiscal empobrecedora y la pérdida de inmensos recursos destindos a las ayudas sociales, producto de demandas basadas en falsos derechos y de políticas tendientes a hacer creer que el Estado es quien debe resolver los problemas. Las políticas populistas fueron en contra del esfuerzo y de la responsabilidad individual de dibujar el propio destino, y en contra de los necesarios capitales que se replegaron ante el triste resultado de la inflación.
El mal de la Argentina que nos atrasa desde hace décadas es que no hay coherencia entre el pensamiento político y el económico. La reacción antiliberal fomentada incansablemente desde 1930 en adelante, y que por inercia cultural sigue afectando a buena parte de la sociedad, nos sigue haciendo caer una y otra vez en el mismo pozo. No hay partido político o facción que defienda políticas de corte liberal con posibilidades de acceder al poder. Ni siquiera se les ocurre viendo el progreso de países latinoamericanos que las han adoptado en mayor o menor medida.
Ya no se trata solo de fijar objetivos sino que hay que proponer métodos correctos para alcanzarlos, reformas profundas que eliminen la inflación en vez de considerarla como un mal necesario y también los obstáculos, interferencias y rigideces que afectan a la producción.
Se debe hacer que las empresas sean eficientes gracias al favor del mercado y no de las apreciaciones de los funcionarios. Es la única manera en que los empresarios se orientarán por factores económicos dedicándose a producir más y mejor, en vez de estar supeditados a los planes de burócratas, pidiendo beneficios y ventajas exclusivas. Las políticas deben tender a que puedan competir en los mercados internacionales bajando los costos. Se logra liberando la economía, no con más protección estatal.
El gobierno ha pedido un esfuerzo para reducir la inflación después de haberla impulsado con gasto público. No es el mejor momento en que deben hacerse los deberes para estabilizar la economía. Hay descreimiento político e incertidumbre, sumado a posibles desórdenes sociales en los próximos meses. Pero lo que importa ahora es que el gobierno y el país tomen conciencia de las causas del fracaso de la actual gestión en estos tres años. Los dirigentes deben explicar las fallas para poder empezar de nuevo. La actitud crítica responsable es de suma importancia, al igual que la generación de optimismo y confianza en un futuro mejor, basado en políticas que muestren mejores resultados.
Se exige del gobierno no solo una clara rectificación, sino afrontar con decisión y coraje las consecuencias de sus errores. Fundamentalmente, buscar consenso para que se aguanten la elevación de precios de los servicios y artículos básicos, la restricción de aumentos de salarios, los subsidios y los gastos (aún los más esenciales), la postergación de inversiones y medidas que desalienten las demandas.
Por último, las soluciones tienen que venir por el camino de la economía de mercado. Para ello el gobierno deberá ir hacia reformas profundas que dejen de una vez por todas la improvisación. Las exigencias del FMI tal vez los ayuden a no claudicar y encararlas apenas se pueda. Esperamos que el presidente tenga la decisión política y el coraje que la difícil situación económica requiere, por el bien de todos.

Autora de El Crepúsculo Argentino (Ed. Lumière, 2006). Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Miembro del Instituto de Política Económica de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
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