Capitalismo y educación

Ha impreso en los universitarios la conciencia de siempre depender del gobierno. Los universitarios han aprendido a odiar el capitalismo, no quieren saber nada de economías de mercado, libre competencia o globalización. Los universitarios de la UNAM saben quién es Carlos Marx, Lenín, Che Guevara, pero nunca han oído ni leído una línea de Ludwig von Mises, Hayek, Friedman, Rothbard, Hoppe o Jesús Huerta de Soto. Profesores y alumnos de la UNAM se han proyectado como los grandes luchadores contra el neoliberalismo. –Santos Mercado Reyes, El fin de la educación pública, México, página 116.

Si bien el autor citado hace expresa referencia al caso de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), hay que decir que la situación no es demasiado diferente en el resto de las universidades estatales del mundo, en particular en Latinoamérica, que por otra parte es un fenómeno típico de la educación estatal. Ante semejante panorama, se observa difícil concluir que en la humanidad de nuestros días campea a sus anchas «el capitalismo».

A pesar de que pareciera que en los últimos años ha crecido un poco más el conocimiento de los autores mencionados, en último término de la cita anterior en los claustros universitarios, siguen siendo ampliamente mayoritarios aquellos que defienden ideas socialistas o de cualquier otra variante anti-mercado.

Los profesores y las cátedras anticapitalistas siguen siendo muchos más que los capitalistas. Y esto ocurre no solo en economía, sino en el resto de las disciplinas. Que en los claustros se enseñe fundamentalmente socialismo en sus vertientes económica, filosófica, histórica, jurídica y hasta moral es, en parte, la explicación de la causa por la que estos universitarios egresan de sus casas de estudios y ante una realidad que se da de bruces con las doctrinas que les inculcaron en sus universidades, el resultado final es una sociedad estatista o intervencionista en el mejor de los supuestos. En el peor, se intenta forzar la aplicación del socialismo de cátedra a una realidad que lo contradice desde todos los ángulos, y sus resultados son las miserias y tragedia vividas en los países del bloque comunista oriental, y los ejemplos más recientes de Cuba y Venezuela.

Fuera del mundo académico, los autores promercado son prácticamente desconocidos, tanto como lo eran antaño. Esta falta de divulgación y la propagación de ideas contrarias o confusas sobre el libre mercado, es lo que fija que la sociedad de nuestros días se mueva dentro de un círculo cultural estatista-intervencionista que determina, entre otros efectos, que los gobiernos del planeta sean en su inmensa mayoría de estos últimos signos.

Ahora bien, volviendo al campo académico, el hecho de que la generalidad de las instituciones educativas profese en sus planes de estudios programas de este último orden, mantiene una vinculación directa con el grado de injerencia estatal en el ámbito educativo. Esta intervención activa del estado-nación en la educación encuentra respaldo en el amplio consenso popular acerca de que la educación es responsabilidad del estado, al menos en sus primeras etapas.

Desde el punto de vista formativo y psicológico, estas primeras etapas son las fundamentales de la vida y son las que, en gran medida, marcan el rumbo de las fases subsiguientes, de las cuales es difícil más tarde evitar una especie de efecto «bola de nieve» que arrastra al educando a medida que avanza en sus estudios, y le suma estatismo sobre más estatismo en cada uno de los pasos de su carrera estudiantil, al punto que podemos decir que cuando finalmente llega a la universidad, es un estatista completo y convencido. Y más todavía cuando egresa de ella.

Prácticamente no hay país del orbe donde los planes educativos oficiales y los respectivos programas de estudios no requieran de la aprobación del aparato burocrático. Es casi como una verdad de Perogrullo que el burócrata no certificará contenidos que desprestigien o mal hablen de la burocracia como tal, ni que descalifiquen la función rectora que el gobierno se autoatribuye, respaldado por el consenso social antedicho de que la educación es responsabilidad exclusiva del estado, aunque no excluyente, en la medida que se admite que el gobierno autorice a los particulares, en ciertas cuestiones, a abrir institutos de enseñanza y a emplear maestros y profesores, siempre y cuando se ajusten a las reglamentaciones dictadas para tal efecto.

Al estatismo no le preocupa tanto cómo se enseña ni quién enseña, sino qué se enseña. La idea popular que la educación debe dirigirse a «hacer buenos ciudadanos» es particularmente tan nefasta como lamentablemente ampliamente aceptada, y se opone a la concepción liberal de que la educación debe estar orientada a enseñar, pensar y encaminar al educando en esa dirección, y no a adoctrinar. Un «buen ciudadano» es literalmente un súbdito, un subordinado, en suma: un esclavo. Es de alguna manera el ideal dirigista de la educación.

Detrás de todo «buen ciudadano» se esconde en realidad un buen gobernado y no un buen gobernante. Este es, en definitiva, el fin que persigue la educación estatal, sea directamente estatal o indirectamente, como lo es –en esta última significación– la mal llamada «educación privada», que en suma se reduce, en la mejor de las hipótesis, a la propiedad del establecimiento educativo y su mobiliario, pero que ni siquiera suele ser privada en sus gastos, ya que de ordinario, muchos de tales establecimientos reciben subsidios del gobierno para costearlos, es decir, su dependencia de la burocracia es bastante mayor de lo que a primera vista parece ser. Y ni qué decir de los métodos extorsivos que emplean continuamente los mal llamados «docentes de la educación pública», que no son más que pequeños burócratas que hacen de «maestros» o de «profesores» sin serlos en el estricto alcance de estos términos.

La educación en manos del estado-nación, dirigida o intervenida por ese estado-nación, es instrumento de dominación y contrario a un orden capitalista que, por definición, nace y crece en un ambiente de total y absoluta libertad. Donde campea el dirigismo no hay lugar para la libertad.

Los efectos de largo plazo de la educación –entendida esta en su sentido formal e informal– son particularmente relevantes y por eso merecen especial atención.

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Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Fundador, Director, Editor y Redactor de la revista de divulgación académica Acción Humana.