El mensaje liberal y su efectividad

Asistiendo a las controversias entre liberales sobre comunicación del liberalismo a los no-liberales y estilos para ello (polémicas en las que nunca me ha agradado intervenir porque creo que no es demasiado conducente) diré ahora algunas pocas palabras.

En Argentina, después de aproximadamente 1920 en adelante, el mensaje liberal nunca fue demasiado efectivo, menos aún de aceptación masiva. Solo existió un muy breve periodo durante la década del ’80 y comienzos de la del ’90 en que el mensaje liberal tuvo una importantísima aprobación en el país. Ello fue de la mano de la conjunción del trabajo de un número de pensadores liberales que coordinaron las ideas por un lado, y por otro con la acción política. Casi una coordinación espontánea entre académicos liberales y políticos liberales dio un amplio fruto.

Por primera vez en el país aparecieron cátedras o profesores liberales en la Universidad de Buenos Aires. Y paralelamente surgió un partido denominado Unión del Centro Democrático, más conocido por sus siglas UCEDE. En aquellos años, la UCEDE organizó un acto político (en la foto) en el estadio Monumental de River Plate logrando asistencia masiva, al punto que lo llenó por completo (N. de la R.: Fue en 1985, durante un acto previo a las elecciones legislativas, donde se cobró entrada a todo el mundo y encima en un día lluvioso. Alsogaray abrió el acto diciendo: «¿Así que entrábamos todos en una cabina telefónica? Bueno, esta es la cabina más grande que pudimos encontrar»). Nada igual se había visto antes. En 1989, el mismo partido llegó a ser la tercera fuerza política del país. Y por primera vez en la historia, en el Congreso Nacional hubo numerosos legisladores liberales.

Todo esto comenzó a esfumarse a comienzos de la década del ’90 con el acceso de Menem al poder, ya que la UCEDE apoyó incondicionalmente al programa menemista. Es cierto que un importante porcentaje de la UCEDE era conservador. Entre ese porcentaje conservador y el apoyo de algunos dirigentes de relieve (tampoco todos) a Menem, destruyeron el partido. Literalmente lo pulverizaron. Pero no solo lo desintegraron, sino que desde entonces el liberalismo cayó en un tremendo desprestigio del cual no ha podido recuperarse hasta hoy.

No obstante, es bueno recordar que en Argentina existió una alternativa política liberal o parecida a ello. Hoy esa alternativa directamente ni siquiera existe. Si nos atenemos a la historia reciente del liberalismo (brevemente resumida en los párrafos precedentes) juzgo que hoy en día, en materia de difusión y admisión de sus ideas, está en una posición mucho peor que la que tuvo en las décadas del ’80 y ’90. Resulta muy claro: hoy no hay ningún partido liberal de peso en la Argentina, menos aún legisladores liberales, como sí los hubo en aquella época.

La conclusión es simple: si nos atenemos a los resultados en números, el liberalismo de hoy comunica peor que el de entonces, y es por ello que nunca después de aquella época volvió a surgir ni un partido liberal ni legisladores liberales. Incluso en el ámbito académico se advierte un retroceso después de aquellos años. Y esto no se debe a que los liberales discuten ahora entre sí, sino que siempre hubo desacuerdos y rencillas entre ellos.

Quienes pertenecieron a la ex UCEDE, testimonian que el partido tenía muchas líneas internas con visiones del liberalismo totalmente distintas, pero que a diferencia de ahora, coincidían. Además existía algo que no se ve hoy: todas esas líneas y todas esas personas que las integraban se respetaban entre ellas. Disentían en detalles, o en los medios para alcanzar el fin, pero acordaban en el mutuo respeto de las personas y las ideas ajenas. Ningún liberal insultaba a otro liberal. Se discrepaba en los procedimientos, matices, pormenores, pero no en los fines. Y aquellos liberales comunicaban mucho mejor que los de ahora y con menos medios. Esto último, desgraciadamente, parece que se ha perdido entre muchos liberales de hoy. No todos, pero sí muchos. Y es a esto a lo que atribuyo que las ideas liberales no tengan hoy día el peso y la penetración que tuvieron entonces.

El éxito de cualquier cosa se mide por sus logros. El liberalismo recién estará avanzando cuando vuelva a tener legisladores liberales, partidos liberales, candidatos liberales; y cuando vuelva a haber cátedras que lo divulguen en muchas universidades. Pero nada de eso existió después de los hechos narrados antes, ni hoy tampoco. Y no parece que los liberales de hoy se encaminen en esa dirección. A ello hay que sumarle las dificultades propias e intrínsecas al mensaje liberal. Para entender al liberalismo hay que entender de economía, y como enseña Friedrich Von Hayek, la economía es una ciencia contraintuitiva, lo que pone a los economistas liberales –aún aquellos que mejor difunden el mensaje– en inferioridad de condiciones respecto de los economistas marxistas, dirigistas, estatistas, etc.

Como instruye Alberto Benegas Lynch (h), el liberalismo no es un producto que esté «a la venta» y que pueda ofrecerse como si fuera un dentífrico. Si a esto se le suma la permanente descalificación entre quienes quieren arrogarse el monopolio de la comunicación de la filosofía liberal, el panorama no puede ser más desolador. Hoy por hoy, asistimos a una verdadera y triste batalla campal entre pseudo-comunicadores del liberalismo, que no solamente se agreden verbalmente entre ellos, sino que además denostan con gruesos epítetos al que piensa diferente, ofreciendo un patético espectáculo ante quienes nunca comulgaron con nuestras ideas, y que menos aún lo harán si un «producto» invendible como es el liberalismo se «ofrece» insultando o denigrando a quien se abstiene de comprarlo.

A diferencia del socialismo, las vías por donde la gente aprenda y acepte el ideario liberal no es frente a las cámaras de TV o los micrófonos radiales, no porque el liberalismo sea de inferior calidad al socialismo, ni porque sus verdades sean menores a las de este –de hecho, en el socialismo no hay ninguna verdad identificable–, sino porque no todos los medios son aptos para todos los mensajes, dado que lo relevante no es solo el medio por el cual se transmite el mensaje, sino el contenido del mismo, y al respecto cuentan tanto las formas como los objetivos. Continuando con la analogía del dentífrico, este puede venderse perfectamente a través de un spot publicitario, pero el liberalismo jamás, porque es necesario conocer todo el proceso de producción, desde la materia prima hasta el producto final, cosa que –como afirma el profesor ya mencionado antes– no es necesario en el caso del dentífrico.

El mismísimo premio Nobel de Economía Milton Friedman intentó divulgar el liberalismo a través de una serie de televisión que llevó por título Free To Choose (Libre para elegir), una sucesión de varios capítulos basada en su libro homónimo. Como el propio Friedman relata en el libro, la serie fue un fracaso completo y el libro demostró ser más exitoso que la serie misma. Con todo, el liberalismo está en franco retroceso en el mismo país de Friedman, los Estados Unidos.

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Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Fundador, Director, Editor y Redactor de la revista de divulgación académica Acción Humana.