El calvario de Venezuela

La situación política en Venezuela consolida aún más la afirmación de que las ideas erróneas que alaban políticas populistas llevan a situaciones críticas, como la que está viviendo ahora mismo la población venezolana.

Al declararse el líder opositor y de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, en el cargo de presidente interino del país, se produjo una movilización masiva de venezolanos, a la que se sumó al apoyo de países democráticos de América Latina (Brasil, Chile, Perú, Colombia y Argentina) y otros de suma importancia a nivel mundial (Estados Unidos y Canadá), provocando la atención del mundo civilizado por las consecuencias que ello induce.

Existe el temor de que se desencadene una guerra civil entre opositores y fuerzas leales a Nicolás Maduro, lo que provocaría muerte y destrucción en ese país. A ello se añade el declarado apoyo al dictador por parte de otros países que ven peligrar sus intereses en Venezuela, por ejemplo China y Rusia.

Es importante subrayar la responsabilidad del gobierno venezolano por las terribles dificultades que tiene la gente para subsistir sufriendo carencias de todo tipo, como alimentos y medicinas entre muchas otras. Esto ha llevado a que la emigración sea la única salida para los que pueden afrontarla. La solución siempre tendrá un costo, pero no buscarla y continuar con un gobierno que siguió como Cuba, enamorado de la utopía socialista, es absurdo.

Cuando la gente deja su país en masa o cuando no se les permite salir –tal como ocurre en Cuba– es porque se ha fracasado estrepitosamente. La huida siempre es hacia países capitalistas o que están en camino de serlo. Pocos buscan comenzar de nuevo en países donde escasea la libertad.

Venezuela, al igual que los países de América Latina que sufren dificultades económicas, debe salvarse del destino latinoamericano como lo hizo Chile, que es un ejemplo a seguir. Una vez que salió del caos generalizado provocado por el presidente Salvador Allende, amplió la economía de mercado, desreguló la economía, fortaleció la propiedad privada, la sociedad civil y la democracia; ha mejorado su ética institucional y se ha integrado al mundo desarrollado.

Mientras tanto, Cuba socialista lleva más de medio siglo de poder absoluto con una economía desastrosa, sumada a la represión, la persecución de familias, de disidentes y de la opinión pública. No debemos olvidar en esta comparación, que antes de la revolución de 1959, en Cuba existió una próspera clase media, tuvo un índice de analfabetismo que estaba entre los más bajos de Latinoamérica y fue el primer país en el uso de televisores y en asistencia al cine, lo que muestra a un país económicamente pujante.

El siglo XX nos ha dejado varios ejemplos que demuestran que el sistema de economía planificada y centralizada es extraordinariamente inferior al sistema capitalista. El populismo es un fenómeno más político que económico, que se opone al capitalismo y que ha tenido vigencia en el socialismo y en los movimientos defensores de la tradicionalidad, opuestos a la modernización, tales como el nacionalsocialismo, el fascismo y el peronismo.

El populismo pretende que el pueblo sabe lo verdadero y lo justo. Para seguir sus designios necesita un jefe o líder que lo sepa escuchar, ya sea militar, sacerdote, político o intelectual, y que cumpla con sus aspiraciones. Por eso termina siempre en autoritarismo. Bien lo definió Diego Maradona en estos días, cuando al brindarle su apoyo al dictador venezolano declaró: “Maduro es el pueblo”.

Venezuela con Chávez y Maduro giró hacia el modelo cubano, adoptando políticas populistas. De esta manera fue disminuyendo el estado de derecho y la seguridad jurídica. La corrupción aumentó su nivel, sostenida y propagada desde el Estado. Ambos presidentes impulsaron la limitación de la propiedad privada y el control político del mercado, aumentando de esta manera las coerciones del estado, sus funciones económicas y el control de la actividad política, e incluso de la cultura.

La letanía nacionalista “vivir con lo nuestro” sirvió para estatizar y generar un estado poderoso que subrayó la noción de reparto consistente en la necesidad de sacarle al rico, considerado siempre como explotador, para darle al pobre, en nombre de la solidaridad social. Fundaron su poder en la exaltación del nacionalismo y el odio a lo extranjero, especialmente al país capitalista y democrático por excelencia, Estados Unidos, dejando en el tintero que la democracia norteamericana es el modelo, aunque no siempre la realidad, de las sociedades que son o aspiran a ser democráticas.

Periodistas e intelectuales analizan la situación con anteojeras: es increíble que Estados Unidos sea considerado por muchos de ellos como el chivo expiatorio, tal como lo hace Nicolás Maduro. Ignoran la ayuda que Estados Unidos brindó al mundo democrático, desde el Plan Marshall hasta ayudas militares, créditos y donaciones. Corea del Sur y Vietnam del Sur son países desarrollados y democráticos salvados por Estados Unidos de la dominación comunista, como también Italia, Alemania y Japón, salvados del totalitarismo después de la Segunda Guerra Mundial, sin quitarles un centímetro de territorio. Solo se les impuso la democracia.

El peso de la evidencia sugiere que en Venezuela solo podrán aliviar la pobreza y aumentar la calidad de vida de los pobres, alentando los beneficios materiales, morales y sociales, de la tecnología y las empresas privadas que compitan en el mercado. Se debe luchar para que sea posible el libre intercambio de bienes, servicios y afectos, dentro de las normas que demanden responsabilidad y seguridad jurídica. Y sobretodo, respeto por los derechos humanos, como el no ser condenado sin juicio previo o salir y entrar libremente del país, entre otros.

Esperemos que el conflicto desatado en Venezuela termine de la mejor manera posible y que se llegue a una razonable solución política con ayuda de los países democráticos.

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Elena Valero Narváez

Autora de El Crepúsculo Argentino (Ed. Lumière, 2006). Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Miembro del Instituto de Política Económica de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.