El dilema del gobierno
Las dificultades económicas que se encuentra atravesando el gobierno de Cambiemos hallan diversas fuentes. La mayor parte proviene –a no dudarlo– del descalabro de todo tipo legado por el anterior gobierno del FpV; y en segundo lugar, el propio proyecto desarrollista encarado por la actual administración del presidente Macri y su equipo de colaboradores, combinado con el populismo legado y remanente en un porcentaje importante, y también adoptado por Cambiemos como componente de su política de gobierno.
Por definición, ambos modelos, tanto el desarrollismo como el populismo, son fuertemente demandantes de recursos para llevar a cabo sus cometidos. Uno y otro son vigorosamente intervencionistas en la economía, y como tales, también los dos generan notorias distorsiones en los indicadores económicos. Por lo cual, asimismo, son también inviables en el mediano y largo plazo. Si se combinan, la mezcla puede ser letal.
Según he podido apreciar, el votante de Macri hizo su elección por estas razones de mayor o menor peso relativo:
- El perfil desarrollista del presidente Macri.
- Su hartazgo con el modelo populista del gobierno anterior del FpV.
- Los altísimos índices de corrupción también alcanzados por el FpV en su gestión.
Posiblemente, los dos últimos factores o motivaciones hayan pesado más que el primero en la elección del candidato de Cambiemos para conducir los destinos políticos y económicos del país.
Lo cierto es que desde el ángulo exclusivamente económico, desarrollismo y populismo son infactibles en el mediano y largo plazo, porque uno y otro son intervencionistas. Esto no equivale de ningún modo a la afirmación de que son la misma cosa, ni que se puedan confundir entre sí. Si bien conducen al mismo resultado, lo hacen por vías diferentes.
Es bastante probable que el presidente Macri –a mi juicio, un convencido desarrollista– esté manteniendo y tratando de combinar el desarrollismo con ciertas medidas populistas, más como un recurso político que otra cosa. Y posiblemente también que lo esté haciendo en contra de sus verdaderas convicciones, más que nada influido por algunos de sus ministros, secretarios y allegados más cercanos que lo presionan en tal sentido. También hay que recordar que su frente –Cambiemos– está conformado por sectores de la UCR y del ARI-CC, que sin ser abiertamente populistas, son contradictoriamente asistencialistas.
Pero como bien se ha dicho, el camino al infierno está empedrado por las mejores intenciones. Y esto es lo que cuenta, en suma. El dilema en el que se halla Macri –a mi modo de ver y atendiendo las opiniones que recojo de sus más fervientes partidarios– es que su electorado aspira a que continúe por el conducto del modelo desarrollista emprendido y al cual creemos que Macri adhiere con sinceridad, y que deje de lado la política asistencialista, típica y esencial al más caro populismo, pero en principio, extraña al desarrollismo entendido en su acepción originaria.
No obstante, parece ser que los más conspicuos asesores del presidente no están convencidos de aconsejar al primer magistrado el abandono del asistencialismo populista (se mantiene y se refuerza el programa de los llamados «planes sociales», que no son más que simples y llanas subvenciones –más o menos encubiertas o explicitas– a personas que no trabajan por disímiles motivos), por los supuestos «costos electorales» o «políticos» que se le atribuyen si se dejara de lado al asistencialismo.
Hay un obstáculo no menor que con frecuencia se soslaya en los análisis políticos y económicos, que es el status legislativo. Por un lado, al arribar al poder, Cambiemos se encuentra con un cúmulo de leyes populistas que están vigentes y el gobierno debe cumplir y hacer cumplir, lo que es un condicionamiento importante que de alguna manera «ata de pies y manos» al gobierno de Macri. Por otra parte, al momento de redactar estas líneas, Cambiemos no tiene mayoría propia en ninguna de las dos cámaras legislativas del congreso, y ambas están dominadas por partidos y legisladores de ideologías progresistas e incluso de extrema izquierda, lo cual es mucho más preocupante como condicionante para el libre actuar del poder ejecutivo.
Por último, sectores del poder judicial también participan de esa filosofía asistencialista y progresista, en parte y moderadamente, en algunos casos más y en otros menos, especialmente en el fuero laboral y de seguridad social. En materia penal reina el abolicionismo en oposición al punitivismo. En fin. Todos estos ingredientes complican y dificultan el recorrido a seguir y las decisiones a tomar.
Como constituyente agravante, la oposición se enardece por algo positivo, como es la decidida voluntad del gobierno de combatir la corrupción en todos sus frentes, y el aparente acompañamiento que en tal sentido el Poder Judicial visibiliza haber comenzado a brindar en algunos fueros. Como contrapartida, la Iglesia católica y el sindicalismo también se suman a una oposición recalcitrante.
Todo este análisis nos indica al menos que el margen de maniobra que tiene el Poder Ejecutivo es bastante pequeño como para adoptar posiciones y medidas que se aparten demasiado de estos importantes cercos políticos. Y si tenemos en cuenta que desde el campo más amplio de lo social, la filosofía dominante en todos los ámbitos es progresista e intervencionista, no se vislumbra en el corto plazo ninguna variante de rumbo apreciable en la dirección de los asuntos políticos y económicos que no sea de grado. Solo una tajante y profunda transformación cultural podría producirlo, pero ello naturalmente no será en lo inmediato.
Convendrá remarcar nuevamente, a fin de despejar toda duda, que el desarrollismo no tiene puntos de contacto con el liberalismo, excepto en unos pocos de sus fines. Pero en lo que a los medios se refieren, las discrepancias entre ambos sistemas son absolutas. Como dijimos, el desarrollismo es esencialmente intervencionista, en tanto el liberalismo es anti-intervencionista.
En suma, los problemas económicos que actualmente enfrenta el gobierno son consecuencia del dominio de ideas que están abiertamente reñidas con la más sencilla lógica económica, lo cual enseña que solo el trayecto emprendido por el liberalismo es la vía racional para superar toda crisis y dirigirse hacia un progreso y prosperidad genuinos.

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Fundador, Director, Editor y Redactor de la revista de divulgación académica Acción Humana.
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