Gobierno, economía y educación

Es casi un lugar común considerar que la educación debe estar principalmente a cargo del gobierno. Existe un consenso generalizado en cuanto a este aspecto. La función de educar se piensa esencialmente como tarea a cargo del Estado y solo secundariamente de los particulares.

Es posible que esta convicción resida en el hecho de que la educación se cree una actividad «no económica». Es bastante discutible esta última afirmación si la observamos desde el ángulo de que quien se educa, lo hace predominantemente con el objeto de adquirir conocimientos que le den competencia en el campo laboral y que le permitan no solo subsistir financiando sus necesidades cotidianas, sino además darle mayores oportunidades de progreso que necesariamente se van a reflejar en lo económico.

Por supuesto que la educación no solo sirve para conseguir buenas colocaciones laborales, sino también para obtener satisfacciones intelectuales y hasta espirituales. Pero una cosa no excluye la otra y resulta apresurado, a nuestro juicio, descartar sin más los resultados económicos de la educación desde el punto de vista individual.

Lo mismo cabe decir desde un enfoque praxeológico de la medicina, la previsión social, el arte, la ciencia, etc. Sin embargo, hay autores que defienden la propiedad privada y que hacen esas distinciones. Citamos al respecto el siguiente párrafo:

«Propiedad privada: El éxito en educación, medicina, previsión social, arte, ciencia y otras actividades no económicas, se basa en los mismos dos principios anteriores. Por eso la propiedad privada, sostén y garantía de todas las libertades, debe ser respetada por todos, gobernantes y gobernados, no solo en economía y finanzas, sino también en enseñanza y cultura, salud y deportes, cajas de jubilaciones y pensiones; y en los ámbitos de familias, partidos, iglesias y demás instituciones privadas.» —Alberto Mansueti, Las leyes malas (y el camino de salida), 2009, página 40.

Debemos recordar que la propiedad privada es una institución fundamentalmente económica, que nace de un hecho natural como es el de la escasez de bienes y servicios. Si bien los valores últimos perseguidos por los seres humanos no son siempre ni completamente económicos, resulta innegable que los medios indispensables para concretar esos valores sí lo son, mal que les pese a quienes discurran que la economía solo se trata de una ciencia de números, gráficos y ecuaciones.

Iglesias, partidos, familias y demás «instituciones privadas» necesitan de la economía para poder sostenerse y continuar creciendo, y más aún si pretenden desarrollarse. No se trata de un enfoque materialista el que hacemos, sino que reconocemos en la economía una función instrumental como medio idóneo para que el ser humano pueda desplegar sus facultades, tanto físicas como intelectuales y espirituales. Es decir, la economía es el medio que permite al ser humano perseguir aquellos valores no económicos. No obstante, todas las actividades (y siempre desde el enfoque praxeológico) son económicas.

Pero si incluimos un análisis cataláctico, podemos preguntarnos: si los costos (tanto monetarios como de oportunidad para educarse, sin importar si lo afrontan los padres del estudiante o el estudiante mismo) no son económicos, ¿qué tipo de costos son? ¿Cómo podría considerarse en tal caso la educación fuera del mundo económico?

«Los Gobiernos han usurpado funciones para las cuales sus rasgos esenciales son disfuncionales. ¿Cómo ha sido? ¿Cuándo comenzaron? 1) Empezaron en el s. XVIII con la educación, asumiendo que los padres no enviarían a sus hijos a la escuela si no eran forzados a hacerlo; que la educación estatal sería “gratuita” y además “neutral” en materia religiosa. El primer supuesto es históricamente falso: por siglos los padres han enviado a sus hijos a la escuela sin ser obligados. La gratuidad no es tal, es financiamiento con impuestos. La neutralidad tampoco: es catequización en la religión del humanismo secular iluminista, evolucionista, idólatra y políticamente estatista. Además, la calidad de la educación estatal ha sido y es muy pobre en todos los países: los niños de primaria no salen bien en las pruebas de lectoescritura y comprensión, ni de aritmética elemental. Tampoco los bachilleres en las de ciencia y cultura general. Y la formación profesional de los universitarios es harto defectuosa.» —Alberto Mansueti, Las leyes malas (y el camino de salida), 2009, página 89.

Compartimos completamente los conceptos que se vuelcan en el párrafo citado y lo conectamos con nuestros comentarios previos, en cuanto a las funciones e implicaciones económicas de la educación. ¿Por qué los gobiernos se comportaron –y aún lo hacen– como indica el autor en su comentario? Pensamos que es porque los gobiernos han comprendido que manejando la educación podían –y efectivamente pueden– manipular los recursos económicos de la gente que es gobernada.

Solo mediante la educación estatal se logra convencer al futuro ciudadano de la bondad y «necesidad» de, por ejemplo, pagar puntualmente los impuestos como si estos fueran una «necesidad social», o peor aún, una «obligación moral», señalando a quien los evade como el mayor de los delincuentes sociales. Es en las escuelas y universidades estatales donde se enseñan las bondades del mal llamado «estado benefactor» o «de bienestar» –una verdadera contradicción según el profesor Alberto Benegas Lynch (h)–, donde se instruye que la solidaridad solo puede ser pública (o sea, estatal) y otros desafortunados conceptos por el estilo, que hoy en día casi nadie cuestiona o se lo hace en muy escasa medida.

¿Cuál es entonces el objetivo de los gobiernos al tomar –por sí mismo o por otros– las instituciones educativas e inculcar estas perniciosas doctrinas, si no es el convencer a la gente de que entregue de buena gana el fruto de sus esfuerzos laborales al fisco a efectos de alimentar sus voraces arcas, siempre ávidas de fagocitar más y más recursos? ¿No es acaso un tema económico? Creemos que sí, y en ello basamos nuestra convicción de la economicidad de la educación, o si se quiere, la de sus fines económicos.

Claro que la educación estatal no presenta ni expone esos fines de los gobiernos de la manera descripta en el párrafo anterior. En su lugar, hablará de «justicia social», «solidarismo», «confraternidad», «conciencia social», etc., y completará todo sustantivo posible con el adjetivo «social» que, como dice el fenomenal Friedrich A. Von Hayek, no es sino la palabra comadreja que, como ese animal hace con el huevo, lo vacía de contenido sin siquiera romper la cascara.

Comentarios

Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Fundador, Director, Editor y Redactor de la revista de divulgación académica Acción Humana.