Al ritmo de los más desencantados
La estrategia política clásica ya no funciona en ningún lugar del mundo, y para los más nostálgicos, este duelo ha sido bastante complejo de procesar. Todo ha cambiado para siempre y este ámbito no es la excepción a la regla. Los dirigentes que aún siguen vigentes evidentemente se han adaptado. En ese recorrido han tenido que profesionalizarse, a veces, muy a su pesar. Pero también es cierto que han aprendido a valorar esas innovaciones.
Es por esa razón que ahora las campañas políticas tienen otra dinámica, y quien no lo haya percibido con claridad no puede jugar este juego, ya que esos nuevos paradigmas son los que hoy determinan quién es el vencedor. Aunque no lo reconozcan a viva voz, la primera línea de la política contemporánea entiende esta música y comprende la partitura al pie de la letra. Saben que ese es un requisito clave para sobrevivir en esta jungla.
Hoy más que nunca, nadie puede minimizar la utilidad de las encuestas ni de los focus groups. Tampoco se puede ser amateur en la comunicación política, en el manejo de las redes sociales y de la prensa en general.
Los requerimientos de este siglo son bien diferentes y los más avezados jugadores del sistema, incluidos los de mayor trayectoria, lo saben y han decidido girar hace décadas en esta dirección para evitar ser superados. En ese esquema, la elección que viene propone desafíos en los que la generalización no es una posibilidad. Existen múltiples motivos para apoyar a un candidato o para rechazar a otro, y estudiarlo detalladamente es vital.
Los sectores más fanatizados en ambas veredas, es decir por un lado los opositores rabiosos y por el otro los oficialistas fundamentalistas, no merecen demasiada atención ya que su posición es demasiado obvia. Se trata de ciudadanos que ya tienen una decisión absolutamente tomada y una abrupta mutación en sus preferencias está casi descartada, sobre todo si se tiene en cuenta que el turno electoral está a la vuelta de la esquina.
Por lo tanto, todo el esfuerzo político hoy está centrado no en contentar a los propios o en confrontar a los adversarios, ya que eso sería malgastar energías, sino en conquistar a quienes están en la franja de indefinidos. Ese grupo de individuos tiene una enorme magnitud y sobre todo una relevancia central cuando deba definir el resultado de la elección. Una vez que ellos inclinen su voto, en forma mayoritaria hacia una vertiente u otra, servirán en bandeja la victoria a los próximos ganadores.
Pero esa comunidad no es homogénea y está conformada por diversos segmentos muy específicos que tienen miradas, opiniones y percepciones muy disímiles sobre la realidad, y hasta una expectativa diferente del futuro. Es allí donde hoy se enfoca la política, no solo tratando de parecer atractivos electoralmente, sino primero comprendiendo las demandas, matices y sensaciones que tantos manifiestan de distintos modos a diario.
En ese contexto, los desencantados son cada vez más. Muchos analistas prefieren poner el énfasis en aquellos que votaron a quienes hoy detentan el poder y que ahora están muy enojados, con bronca e impotencia. Es cierto que esa facción existe y amerita indagar en esa reacción negativa, descubriendo sus perfiles para comprender qué los moviliza, los preocupa e indigna, y proyectar su eventual comportamiento en el corto plazo. Pero sería un error gigante ignorar a quienes, sin ser parte de esa caracterización específica, están aún peor porque se encuentran resignados y entrampados entre opciones que no los representan de forma alguna.
Las elecciones que se avecinan mostrarán la astucia de los participantes. Quienes mejor entiendan lo que sucede, probablemente puedan sacar el mejor provecho de lo que ha acontecido y llevar agua para su molino. Lamentablemente, esto no tiene que ver con gobernar mejor o peor. Las buenas gestiones siempre ayudan, pero en este caso lo que se discute pasa por otro lado y en este ajedrez no solo los más inteligentes pueden triunfar, sino que a veces ganan los más pícaros o los que menos se equivocan.
La política recurrirá cada vez más a la ciencia, a los instrumentos que aporta hoy la tecnología y a la opinión de los expertos, pero siempre sin dejar de lado el arte del oficio y la inspiración que trae consigo el instinto, armas que algunas veces invitan a cometer los errores más infantiles.
No hay dudas de que la política intentará manipular a la sociedad como lo ha hecho reiteradamente en el pasado. Tratará de enamorar a los incautos y de hacer promesas vacías, a sabiendas de sus incumplimientos previos. Será desleal, cínica, hipócrita y perversa, apelando a sus más encantadoras espadas y creando un clima artificial de piedad, olvido y emociones privadas de racionalidad. Ellos lo probarán todo porque de ello depende su cuota de poder y esto es lo que los obnubila cotidianamente.
Los ciudadanos son quienes tienen en realidad el poder en sus manos. Pueden ser laxos, condescendientes y hasta ingenuos, pero también pueden ir por el otro sendero y ponerse exigentes, frontales y serios. El final de esta novela no depende del previsible accionar de la clase dirigente, sino de la profunda decisión que los ciudadanos puedan plantear cuando llegue la hora de la verdad.

Periodista. Consultor en Comunicación. Presidente de la Fundación Club de la Libertad (provincia de Corrientes). Liberal libertario, defensor de los derechos individuales y los mercados libres.
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