Argentina debe asomar la cabeza
Este año electoral, con malos presagios, preocupa a muchos argentinos. La sola posibilidad de que la expresidente Cristina Kirchner compita en las elecciones presidenciales, hace que se arrugue la frente de quienes sufrieron el autoritarismo kirchnerista.
Tampoco ayuda pensar en una oposición que en general comparte vetustas ideas intervencionistas y dirigistas, orientadas hacia el control de vastos sectores de la actividad económica que debilitan la acción creadora y vivificante de la actividad privada. El resultado siempre es el mismo: una inflación que lleva al escepticismo e incluso a la desaparición de sectores que creen en el esfuerzo propio para desarrollar riqueza donde no la hay.
El Gobierno del presidente Macri malversó el crédito de confianza que la mayoría le otorgó al comienzo de su mandato. No se animó a encarar las soluciones adecuadas cuando pudo hacer las reformas estructurales necesarias para detener el mal peor, la inflación, que durante décadas mostró que sus efectos sumergieron a nuestro país en crisis de las que es muy difícil salir si no hay una estructuración sólida entre el poder político y la conducción económica. Es lo que hoy parece que va a intentar Brasil, dando bases sólidas a un auténtico desarrollo mediante la liberación creciente de su economía y estabilización monetaria, cosa que demanda decisión y coraje para enfrentar descontento popular y desavenencias con sectores empresarios.
Hoy como antaño, los argentinos deben hacer serios sacrificios. El Fondo Monetario Internacional está brindando una ayuda con la cual no podremos contar indefinidamente y se está reduciendo el déficit fiscal apurados por dicho organismo. Pero sin un verdadero plan de estabilización que cuente con apoyo de la gente, no va a ser fácil la salida que se agrava porque oposición al gobierno acató y alentó desde el Congreso a políticas inflacionarias, aunque ante las elecciones intente deslindar responsabilidades.
Esperemos que el fracaso del presidente Macri en lo económico no salga muy caro como para que vuelvan gobernantes autoritarios que desean cambiar las instituciones liberales. Sería “a lo llovido, mojado”. Al fracaso económico se sumaría el desprestigio de la democracia como régimen de convivencia pacífica y se le daría un gran empujón a la decadencia de la República.
Se preguntan muchos argentinos desilusionados: ¿qué soluciones brindó el gobierno actual a los graves problemas que dejaron los gobiernos kirchneristas? Y lo que es peor, ¿qué partido de los que se presentarán en las próximas elecciones tiene esas soluciones, más allá de las declaraciones demagógicas?
Es cierto que en el área económica hubo inacción del gobierno y que dejará una deuda que deberemos pagar con sudor y lágrimas, pero ello no debe agrandar a los líderes opositores que siguen aferrados a políticas aún más equivocadas y que terminan afectando la libertad de los ciudadanos.
Quienes defendemos la democracia creemos que no todo está perdido si el actual gobierno llega a las elecciones con la fuerza suficiente para alcanzar el poder otra vez e imponer luego un cambio drástico, por lo menos en las áreas más importantes donde tuviese apoyo público. Si aprendió de sus errores, en su último período debería hacer cambios fundamentales en la política socioeconómica que solo podrían ser aportados por políticas liberales, donde la planificación de la economía por burócratas deje lugar a un mercado libre, en el que cada individuo pueda competir libremente y protegido por leyes iguales para todos.
El sector privado debe saber hacia dónde orientar su acción para que no se sigan demorando actividades productivas, y eso se logra sin la planificación estatal, con políticas económicas que apoyen la iniciativa individual. Si el gobierno reduce lo más posible el déficit fiscal, eleva las reservas monetarias, ayuda a las empresas privadas a recuperar su libertad de acción a través de una seria política impositiva y aduanera, y se esfuerza por estabilizar la moneda, podría tener otra oportunidad.
Las empresas del Estado deberían privatizarse para que vuelvan a estar al servicio de los argentinos, ya que son ellos quienes proveen el capital para su existencia y desarrollo. La desconsideración hacia los usuarios y el déficit muestra la necesidad del cambio. En los años 90 vimos los beneficios de pasar empresas estatales a la actividad privada. Al gobierno le convendría intentar convencer al sector empresarial de avanzar concertadamente hacia un camino de libertad y competencia en el corto plazo.
No hay salida si no se restablece la confianza para lograr la estabilidad monetaria, el regreso del ahorro y de la inversión nacional y extranjera, consiguiendo así una financiación para actividades sanas, y sobre todo, para no dar respiro a la inflación porque no alcanza solamente con medidas antiinflacionarias.
Sin inversiones no habrá desarrollo ni riqueza. Necesitamos del ahorro de otros países que vengan a participar en la economía argentina, corriendo los mismos riesgos que el capital nacional, imprescindibles para generar producción y riqueza donde no la hay. De lo contrario seguirán aumentando los precios de los artículos de consumo, las tarifas de luz, gas, los transportes y los servicios a cargo del Estado; también los impuestos, se cerrarán negocios y fábricas como lo estamos percibiendo, porque se necesita de inversiones para que no haya disminución de la actividad comercial e industrial, ni descenso de los salarios y del empleo, entre otros males que trae la recesión.
El alivio proporcionado por una buena cosecha y la ayuda del FMI no bastarán para asomar la cabeza. Además la gente no aceptará hacer esfuerzos y sacrificios si no rectifica en serio la política antiinflacionaria haciendo un importante ajuste en el gasto público. Se logra con la reforma del Estado. Los deberes deben comenzar por casa. Nadie quiere hacer sacrificios por una crisis mantenida o generada desde el gobierno. Sin convicción y coraje político no hay solución posible. El presidente ha dicho en varias oportunidades lo que en realidad se debería hacer: no generar inflación ni impuestos distorsivos, bajar el gasto y otras cosas que van en el buen camino, pero parece que del dicho al hecho hubo un gran trecho.
En resumen, la salida es dejar de lado para siempre la planificación expansionista e inflacionista de la economía a la que adhieren la mayoría de los políticos, dirigentes empresarios y sindicales, entre otros sectores. Ya tenemos demasiadas pruebas de que haciendo eso se pierden reservas, se endeuda al país, se deben aumentar los salarios para acompañar el constante aumento la inflación, se debe expandir el crédito para impulsar proyectos faraónicos, generando déficit presupuestario y emisión de moneda para cubrirlo.
Hay mucho para mejorar y hacer. El gobierno debe seguir con lo que hizo bien, mostrando apoyo a la justicia, exigiendo se realice una investigación de la actuación particular de todos y cada uno de los funcionarios que de una u otra forma intervinieron o intervienen en hechos de corrupción, denunciando y combatiendo la inacción de miembros y organismos del Poder Judicial.
Es hora de mostrar con lujo de detalles qué puede ofrecer un futuro gobierno y reforzar lo que se hizo bien en este, tratando de llevar algo de alivio a la situación económica de la gente antes de las elecciones. Tal vez y solo tal vez así se logre convencer a quienes no quieren que vuelvan Cristina Kirchner ni el peronismo al poder.

Autora de El Crepúsculo Argentino (Ed. Lumière, 2006). Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Miembro del Instituto de Política Económica de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
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