Cristo y las riquezas
Muchas personas han encontrado y siguen encontrando, por un lado, conflictos entre sus principios morales y religiosos; y por otro, la posesión de bienes materiales. En muchas oportunidades la Iglesia católica se ha pronunciado también en dicho sentido, como por ejemplo con el actual pontificado de Francisco I. No solo los católicos, sino otros cristianos también son unánimes en su condena a la riqueza como algo inmoral por sí mismo. Por eso, en tiempos donde todavía quedan quienes dicen que Nuestro Señor Jesucristo fue un ferviente enemigo de los ricos, es oportuno volver sobre este tema.
Creemos que la prédica cristiana contra la riqueza debe ser entendida en su contexto temporal, por lo tanto es importante conocer cuáles eran las circunstancias económicas que imperaban en tiempos de Cristo. En su vista, resulta necesario remontarse más atrás aún. Veamos entonces que dice la historia sobre aquellos tiempos:
«(…) la casa de Omri, mundana y exitosa como Salomón, también suscitó agrio resentimiento social y moral. Las grandes fortunas y las propiedades se acumularon. Se incrementó la distancia entre ricos y pobres. Los campesinos se endeudaron, y cuando no podían pagar, se los expropiaba. Esta medida contrariaba el espíritu de la ley mosaica, aunque no contradecía taxativamente su letra, pues a decir verdad insiste solo en que uno no debe desplazar los mojones de un vecino.»
—Paul Johnson, La historia de los judíos, Ediciones B, S. A. (2010), para el sello Zeta Bolsillo, páginas 104 y 105.
No hay noticias que estas lamentables circunstancias se hubieran modificado en tiempos de Cristo. A la inversa, parece que se habrían agravado. De allí la insistencia del Señor frente a los ricos que amaban a sus riquezas. Esos ricos no lo eran por derecho propio, sino por explotación al pobre. Si encima amaban el producto del botín, tanto peor.
Hay que entender que desde los comienzos de la civilización hasta el siglo XVIII de nuestra era, la economía mundial era una economía de suma cero: lo que ganaban unos era porque lo perdían otros, y viceversa. En dicho contexto, toda riqueza era injusta. Y era riqueza todo lo que superara la mera supervivencia o poco más. Si bien había monedas circulando por Palestina, tanto romanas como judías, no significaba que todos tuvieran acceso a ellas. El grueso de las transacciones se celebraba a través de trueques, sobre todo entre la población más pobre.
Había entonces dos pecados a condenar por Cristo: por el primero, ganar a costa de otro; y por el segundo, amar el botín más que al prójimo, e incluso más que a uno mismo. Extrapolar aquellas condiciones económicas a nuestros tiempos actuales se mantiene vigente en cuanto a la segunda censura, es decir el amor a la riqueza, lo que hoy se conoce como avaricia o codicia. En cuanto a la primera censura, la de economía de suma cero, sigue ocurriendo en aquellos lugares –que son muchos por desgracia– donde no se aplica el sistema capitalista de producción, o se lo aplica escasamente. Y en general, es la forma en que los gobiernos habitualmente operan, apropiándose de la riqueza producida por los particulares a través de los impuestos y otros artilugios legales. Tomarlo en otro sentido, como por ejemplo una censura a cualquier tipo de riqueza, no solo descontextualiza el texto bíblico, sino que desfigura la enseñanza cristiana.
«Los reyes se opusieron a la opresión de los pobres por la élite, porque necesitaban de los hombres pobres para sus ejércitos y sus cuadrillas de trabajo. Sin embargo, las medidas que adoptaron fueron débiles. Los sacerdotes de Siquem, Betel y otros santuarios eran asalariados que se identificaban estrechamente con la casa real, se preocupaban por las ceremonias y los sacrificios y no demostraban interés –según afirmaban sus críticos– por la angustia del pobre.»
—Paul Johnson, La historia de los judíos, Ediciones B, S. A. (2010), para el sello Zeta Bolsillo.
Evidentemente, la descripción del autor peca de poca claridad. Debemos entender que esta angustia era económica y no de otro tipo, ya que la angustia económica lleva a la física. Pero aparentemente, la elite oprimía físicamente a los pobres, quizás reduciéndolos a la esclavitud, es decir sin paga. En tanto, se supone que los reyes retribuían de alguna manera los servicios de los pobres en el ejército o en las cuadrillas de trabajo. Si lo relacionamos con el párrafo anterior, concluimos que esos pobres eran los excampesinos expropiados, o no. Sabemos que las deudas se pagaban con la cárcel, e incluso en la Biblia hay constancias de que así era. Es factible que en otros casos el deudor fuera reducido a la esclavitud, ya sea como siervo de su acreedor o vendido por este a terceros.
«(…) En estas circunstancias, los profetas reaparecieron para expresar la conciencia social. (…) Durante el gobierno de la casa de Omri, la tradición profética se fortaleció súbitamente en el norte gracias a la sorprendente figura de Elías. (…) Como casi todos los héroes judíos, era de origen pobre y hablaba por ellos. (…) Hacía milagros en beneficio de los pobres y se mostró sumamente activo en periodos de sequía y hambre, cuando las masas sufrían.»
—Paul Johnson, La historia de los judíos, Ediciones B, S. A. (2010), para el sello Zeta Bolsillo.
Si bien el historiador describe aquí tiempos muy anteriores a la aparición de Cristo en el mundo, cabe destacar que las circunstancias socioeconómicas de su época no eran muy diferentes, e incluso lejos de experimentar progresos, denotaron un franco retroceso. Los profetas se encargaron de denunciar la explotación a los pobres. La economía era agrícola mayormente y ganadera en menor escala. Se comprende entonces que las sequías provocaran hambrunas recurrentes. Resulta lógico que Cristo se hubiera rebelado contra aquellas conductas y cosas, y enfocara su discurso adverso a los efectos malsanos de las condiciones sociales deplorables de su tiempo.
Examinando los Evangelios resulta notable, por ejemplo, el énfasis que se le da a las comidas. Lo que en nuestro día es algo casi común y corriente para la mayoría de la gente –las típicas tres comidas diarias, o cuatro si se cuenta la merienda– eran una rareza en tiempos bíblicos. No se comía varias veces al día, y en ocasiones tampoco se comía todos los días, solo los ricos podían darse ese lujo. La parábola del mendigo Lázaro y el rico grafican de algún modo ese contexto. De allí que, en los Evangelios, las comidas se presentan como ocasiones de grandes acontecimientos o eventos de suma importancia. Y a ellas concurrían muchas personas.

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Fundador, Director, Editor y Redactor de la revista de divulgación académica Acción Humana.
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