La variante del voto vergonzante: El enojo puede ser cómplice de malas decisiones

Muchos sueñan con la aparición de un milagro que permita disponer de mejores opciones de cara a la elección presidencial, pero nada hace suponer que eso pueda ocurrir pronto ante la inminente proximidad de los comicios. Bajo ese esquema, un voluminoso grupo de votantes expresa su desazón y rabia, su impotencia y bronca, explicitando abiertamente sus incómodas sensaciones frente a un panorama que ofrece pésimos recorridos. Lo hacen en cuanto foro se lo permite: en su casa con la familia, en el trabajo con sus compañeros de tareas, en el café y en las redes sociales con los amigos o en cualquier ámbito que dé lugar al clásico desahogo de este tiempo.

Se le atribuye a Aristóteles aquella frase que dice “El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”. Parece muy apropiada en situaciones como las de este presente y no ha perdido vigencia alguna. La efusividad que conlleva la práctica democrática hace que muchos no utilicen filtros para manifestarse con claridad, y los típicos miedos de otras etapas de la vida institucional parecen haber quedado atrás definitivamente.

Es así que hoy se puede identificar sin demasiado esfuerzo a dos extremos bien diferenciados que representan el núcleo duro que apoya a los planteos antagónicos con mayores chances de triunfar electoralmente: de un lado están los que entienden que el Presidente en ejercicio merece un mandato adicional y esgrimen retorcidos argumentos para explicar por qué hay razones suficientes, pese al grosero fracaso, para renovarle la confianza; del otro lado aparecen quienes amparados en ciertas cuestionables cifras intentan convencer a todos de la importancia de volver atrás y recuperar la dinámica de la “década ganada” como única solución viable.

Un tercer espacio imprescindible pero timorato muestra a miles de ciudadanos que no quieren saber nada ni con los primeros ni con los segundos. Detestan estar en este dilema y se resisten a resignarse. Ellos afirman que ambas ofertas son deplorables y dicen descartarlas de plano, al punto que vociferan que jamás repetirían su voto porque han sido deliberadamente estafados y engañados en su buena fe.

Nadie debería dudar acerca de la honestidad intelectual de esas aseveraciones grandilocuentes y repletas de una locuacidad poco habitual. Seguramente en la mayoría de los casos son sinceras y genuinas. Sin embargo, a medida que transcurren las semanas y los meses, se desvanece lentamente la chance de que pueda emerger una propuesta electoral sensata, sustentable y con actores que gocen de credibilidad. No se vislumbra eso ya que muchos de los jugadores son viejos conocidos que no pueden borrar su militancia reciente y porque tampoco han hecho una autocrítica suficientemente contundente como para tomarlos en serio.

Los más nuevos, los emergentes, parecen amateurs y no han conseguido aún seducir a la sociedad sobre su capacidad para conformar equipos de trabajo profesionales y maniobrar en este momento tan difícil. Ante esta circunstancia, es muy probable que esta flamante casta de “indignados” locales, hoy encolerizada, con escasa paciencia, muy irascible y exaltada, deba serenarse y asumir esta patética disyuntiva sumisamente.

Luego de tanto vehemente despliegue, de esta larga temporada de ofuscación inconducente, no querrán claudicar mansamente y muchos de ellos resistirán estoicamente y se mantendrán con su discurso hasta el final. El orgullo humano en esto puede jugarles una mala pasada y hacer que ante la necesidad de aceptar lo inevitable, sean varios los que prefieran el silencio o la hipocresía de sostenerse en su alegato sin aparentes fisuras.

Los encuestadores, sociólogos y analistas políticos tendrán una dura labor para predecir el comportamiento de este sector de votantes vergonzantes, que por múltiples motivos preferirán parecer coherentes a reconocer el falso tropiezo moral de cambiar de opinión y terminar seleccionando lo posible. Ante el riesgo de ser criticados por gente cercana, amigos, familia, colaboradores y compañeros de la vida, votarán a la menos mala de las alternativas, pero no lo reconocerán ni antes ni después para no desdecirse.

Esa actitud no es la mejor. Admitir con humildad y con hidalguía que los individuos toman decisiones en un contexto determinado, es también aceptar un rasgo de humanidad y falibilidad que enaltece y debe valorarse. No es una situación sencilla. Sentirse secuestrado entre variantes que no conforman y que generan un profundo rechazo no puede ser una experiencia gratificante para absolutamente ningún ciudadano de bien.

Tener que optar entre una asociación ilícita de conspicuos autócratas, cínicos crónicos y delincuentes sin escrúpulos por un lado; y de ineptos seriales, soberbios centralistas y cobardes inexpertos del otro, no es el mejor de los escenarios para una sociedad que pretende crecer y progresar.

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Alberto Medina Méndez

Periodista. Consultor en Comunicación. Presidente de la Fundación Club de la Libertad (provincia de Corrientes). Liberal libertario, defensor de los derechos individuales y los mercados libres.