Acerca de la fórmula Macri-Pichetto
La «decisión» del presidente Macri acerca de incorporar como candidato a vicepresidente a una figura extrapartidaria proveniente del peronismo, viene a confirmar todo cuanto hemos venido diciendo desde que el primero asumiera la presidencia de la república, y lo ratificado en un reciente artículo nuestro.
Muestra la hibridez de las ideas políticas argentinas, que navegan en el amplio mar de la socialdemocracia en cuyo seno caben los populismos de alto y bajo grado. Estos extremos no solo conviven dentro del partido peronista, sino que son compartidos por toda la sociedad vista en su conjunto. Lo anterior se visualiza mejor si consideramos ciertas situaciones concretas.
Una de las «banderas» del populismo como es el asistencialismo. Tanto peronistas, peronistas y antiperonistas concuerdan en que el asistencialismo debe existir como política de cualquier gobierno. En lo que difieren es en quiénes deberían ser los destinatarios finales de sus medidas.
Veamos cuáles corrientes ideológicas adhieren al asistencialismo y quiénes deberían recibirlo:
- El peronismo sostiene que existe un «derecho universal» a la asistencia social por parte del Estado, que en la práctica se termina dirigiendo solo a sus afiliados y simpatizantes.
- El antiperonismo y el no-peronismo respaldan que solo quienes realmente la necesiten deben ser sus beneficiarios bajo ciertas condiciones y por un período limitado.
- Solamente el liberalismo rechaza la idea asistencialista como política de Estado, pero esta posición es tan minoritaria en la sociedad argentina, que ni siquiera se la considera por parte de la opinión pública por resultar «políticamente incorrecta».
En otras palabras, lo que tienen en común tanto peronistas como no peronistas y antiperonistas, es que concuerdan en que el asistencialismo es un ingrediente común y esencial a cualquier populismo, y en lo que difieren no es en lo sustancial, sino en la aplicación y el destino de las políticas populistas. Esto hace que las diferencias entre ellos sean mínimas y que puedan ser salvadas mediante acuerdos y compromisos.
Por eso no es de extrañar el reciente y repentino anuncio del pacto entre el presidente Macri y el senador peronista Pichetto, que tienen más en común que lo que la mayoría de los sorprendidos con la noticia suponen. Lo que no es creíble es que el convenio se haya logrado velozmente. La gente confundió la velocidad del anuncio con la de la decisión de ambas partes (proponente y propuesto).
En política se negocia como en cualquier otro ámbito, y las conversaciones han de haber llevado un buen tiempo. Es probable que antes de decidir, Pichetto haya consultado a las autoridades del partido que representa en el Congreso (o quizás con algunos de ellos, no lo sabremos) en relación al ofrecimiento proveniente del partido oficialista. Y la alianza se alcanzó porque sus discrepancias no son de fines sino de medios, y no sobre todos los medios posibles.
Macri y Pichetto dan a entender a la ciudadanía, con tan rápida divulgación de su oferta y aceptación respectivas, que los supuestos desacuerdos políticos entre ambos son mínimos, de detalle y superables. Y ambas figuras personifican en lo ideológico a los sectores de la ciudadanía más mayoritarios.
La línea de demarcación la traza la forma corrupta de gobernar que caracterizó al ala izquierda del peronismo, simbolizado por lo que fue el Frente para la Victoria de los Kirchner, con pretensiones gubernamentales por un lado, y por otro, la manera incorrupta de gobernar configurada por la coalición Cambiemos (ahora «Juntos por el Cambio»). Al desarrollismo profesado por Macri se le añade el populismo de bajo grado que simboliza Pichetto.
Los criterios con los que ahora se vota en Argentina ya no tienen que ver con derecha/izquierda, o peronista/antiperonista, sino con estar a favor o en contra del narcotráfico, de la trata de personas, de la corrupción, del aborto, de la homosexualidad, del matrimonio gay, de la «igualdad de género» (u otros disfraces terminológicos), de la inseguridad y temas por el estilo. Es decir, ya no importa cuál es la perspectiva o doctrina política que defiende un candidato cualquiera, sino cuál es su postura en ciertos temas. Los que antes era relevantes, como la ideología o el enfoque partidario del candidato, pasa a ser un dato intrascendente y secundario.
Es lo económico sobre lo que se pronuncia y no sobre lo que efectivamente el gobierno realiza. Es así que el electorado valora más que se declame en contra de la inflación, a que efectivamente se la combata. Importa más el discurso que los hechos. Por eso, para el votante argentino, lo primario es el candidato y su posicionamiento frente a los temas del momento que vive el país (según los entiende el ciudadano), o que las modas políticas imponen, y no el partido de donde proviene. Esto explica lo que a primera vista sería el contrasentido de la unión entre un político peronista y otro (en teoría) no peronista.
Esto no es nuevo en Argentina. Pocas veces vi algo como lo ocurrido en 2003, cuando se presentaron cuatro candidatos del mismo partido (peronista) a disputarse la candidatura a presidente de la Nación en elecciones nacionales, y que dos de ellos quedaron habilitados para la segunda vuelta, que finalmente no se llevó a cabo por la deserción del favorito.
El peronismo es el partido donde sus integrantes no tienen ningún escrúpulo en sumarse a quien sea para hacer alianzas o componendas electorales a cambio de posicionarse en un grado de poder algo mayor al que tenían antes, por mínimo que fuere el avance logrado en la negociación.
Entre tanto, la señal que da el partido de Macri con esta decisión, podría ser la de intentar desarticular o absorber al peronismo incluido ahora en todas sus variantes (kirchnerista y no kirchnerista), que rechaza aliarse al oficialismo o acompañarlo en sus proyectos legislativos.
En suma, debemos recordar que el poder político tiende a consolidarse y a concentrarse en sí mismo. Y para ello, nada mejor que recurrir al antiguo apotegma «divide y reinarás». En dicho sentido, no puede decirse que la «jugada» no ha sido estratégica.

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Fundador, Director, Editor y Redactor de la revista de divulgación académica Acción Humana.
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