Otra visión de la crisis
Una explicación más a la crisis argentina es la gran cantidad de personas incapacitadas que ocupan puestos de trabajo, tanto en la función pública como en la privada. Este análisis microeconómico rara vez se encuentra en los textos y notas que ocupan los comentarios periodísticos. Las redes sociales son a veces una buena fuente, pero la experiencia cotidiana también lo demuestra. La mediocridad de este mercado laboral es cada vez mas notoria.
Son muchos los índices que lo manifiestan. Por ejemplo, las consultas que no son respondidas o lo son extemporáneamente, generalmente traen como respuestas por parte del funcionario o empleado particular cuestiones o materias que no fueron objeto de la consulta.
La falta de capacidad de empleados y funcionarios para contestar a temas simples no solo es patente, sino que también contribuye al dispendio de tiempo y recursos, lo que obstruye la oportuna resolución de problemas y a la productividad de la economía. En mi trabajo lo veo y experimento a diario. Tengo experiencia de primera mano en lo que expongo.
Es evidente que los procesos de selección de personal no existen, o son demasiado flexibles, o quizás empresas y reparticiones públicas no tienen más remedio que tomar gente que ya viene descalificada desde la escuela y la universidad.
La comunicación por escrito es prácticamente un problema mayor aún, por la verdadera ausencia de comprensión de textos por parte de empleados y funcionarios, en tanto el «intercambio» oral resulta un verdadero «diálogo de sordos», que obliga a la redacción de la consulta, repitiéndose el ciclo, con lo que todo el circuito se convierte en un círculo vicioso.
No hace mucho, cuando un empleado llano no podía resolver una inquietud del cliente o del usuario de un servicio, la cuestión normalmente se solucionaba por medio de un jefe, supervisor o gerente del área. Hoy en día, ya ni siquiera en esos niveles se encuentran respuestas útiles, coherentes y mucho menos inteligentes. Uno se pregunta cómo es que personas como esas pueden estar ocupando cargos jerárquicos y de responsabilidad. Y ni imaginar qué podría estar sucediendo en escalas superiores, ya sean directores regionales o presidentes de empresas. La chatura circundante es descomunal.
Es notorio que, cada vez en más ámbitos, los niveles de exigencia de selección y de posterior gestión han caído de manera estrepitosa, tanto en el campo laboral como educativo. Se vive una apariencia de «ilustración» cuando en realidad lo que se observa es deseducación. Los pocos esfuerzos para elevar el nivel, a juzgar por las consecuencias, son vanos en la mayoría de los casos.
Hace pocos años, mis nuevos colaboradores en la oficina entendían la tarea a realizar con la primera explicación. Raramente hacía falta una segunda. Hoy los nuevos colaboradores necesitan que la misma tarea les sea explicada tres veces o más para comprenderla a duras penas. Y aún así, después de que parecieron asimilarla, cometen y repiten los mismos errores más de tres o cuatro veces, lo que revela severos defectos de atención y de retención. Y no hablamos de labores en absoluto complejas, sino de las más sencillas y elementales que se les asignan justamente por iniciarse en la actividad. Ni qué decir cuando tengo que adjudicarles otra tarea con una complejidad mayor.
Esta es otra visión y explicación de la crisis que vivimos. Revela un descalabro educacional que deviene en otro laboral, y por último desemboca en uno económico, ya que el sistema funciona como una cadena de transmisión que produce un «efecto dominó» que va de lo micro a lo macro.
Por supuesto que el origen de todo lo anterior es la educación, como tantas veces hemos insistido, pero no solamente aludimos a la educación formal, sino también a la informal donde el entorno familiar tiene que ver mucho en este movimiento declinante. Hace mucho que en el seno de la mayoría de las familias no se educa, sino que se deseduca. Se puede decir que el rol de la familia en la educación hoy es nulo, pero en cambio ese rol es inmenso en el mecanismo de deseducación. Basta la indiferencia en cuanto a los contenidos que los alumnos reciben en la escuela para que la corriente deseducativa se inicie y prosiga.
El pobre nivel de actividad general se debe en buena parte a la falta de preparación de la gente que trabaja, ya sea en el sector privado como en el estatal. Una baja calificación educativa conlleva otra menor en el campo laboral. Esto impide que las remuneraciones sean elevadas y expulsa directamente del mercado laboral a los que menos habilidades pueden exhibir, lo que añade otro elemento perturbador al mercado del trabajo ya maltrecho por las numerosas leyes laborales que, en lugar de «proteger» al trabajador, lo desamparan perjudicándolo y lo desmotivan para perfeccionarse, entre otros detalles negativos.
Tiempo atrás solía hablarse de «talentos» para referirse al personal contratado. Hoy esa palabra está casi obsoleta y vacía de contenido, porque si hay algo difícil de encontrar en el mercado laboral argentino son verdaderos «talentos». Basta conformarse con que alguien pueda, a duras penas, desempeñar tareas básicas.
Los «profesionales» egresados que carecen de las competencias mínimas para las que se supone que deberían estar calificados, tornan inexplicable cómo pudieron haber recibido un título universitario, cuestión que se nota día a día más palpable en el campo donde me desempeño y en otros ajenos también.
Si se instala una «cultura» por la cual el mérito no vale nada y se retribuyen por igual a la indolencia y al esfuerzo, el efecto natural de esta anomalía será un vuelco masivo de la sociedad hacia la apatía y su consiguiente rechazo a cualquier tipo de iniciativa, por mínima que sea. Esto se observa claramente en la sociedad argentina de nuestros días, lo que no es por cierto un fenómeno nuevo, sino que es la explicación a la actual debacle que sufre la sociedad. Revertir esto no es tarea de un gobierno ni de muchos, sino que es algo más de fondo. No es un problema meramente coyuntural.

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Fundador, Director, Editor y Redactor de la revista de divulgación académica Acción Humana.
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