Sentimientos, emociones y egoísmo

Más de una vez reflexioné de la siguiente manera: «Sinceramente no entiendo los sentimientos de los demás. A veces dudo ¿tienen sentimientos? Calculo que deben tenerlos. Pero los veo actuar como si nos los tuvieran».

Luego pensaba en Jesús. ¿Dónde estaban los que lo aclamaban en su entrada triunfal a Jerusalén después de que fue sentenciando y ejecutado? O estaban entre sus acusadores, o bien desaparecieron antes. Lo cierto es que se abstuvieron de defender a quien apenas horas antes glorificaban como el rey de Israel. Entonces me seguía preguntando, ¿qué pasa con los sentimientos de la gente? ¿Cómo pueden ser tan volubles? ¿Es que nada ha cambiado al respecto después de tanto tiempo? ¿O es que el tiempo no existe para esas cosas?

Lo cierto es que solo Cristo mostró amor de verdad, tanto por sus amigos como por sus enemigos. Y fue constante –desde el principio hasta el fin– con ese amor. Jamás traicionó ese amor, ni siquiera por un segundo, ni tampoco contra quienes lo rechazaron (como el joven rico), o lo negaron (como Pedro), ni contra quien lo traicionó (Judas). La historia no registra ningún otro caso de un amor tan perfecto como el de Nuestro Señor Jesucristo, y no podía ni puede esperarse otra cosa de Dios hecho hombre. Y de la misma manera, nunca tan incumplido su mandato de «Amaos los unos a los otros como yo os he amado», que si bien es imposible amar como Cristo nos amó y nos ama, ni siquiera hemos hecho el intento a juzgar por los hechos de la historia, tanto como por lo que hemos vivido personalmente.

Mi conclusión provisoria al respecto es que no podemos saber cuáles son los sentimientos de los demás, lo máximo que podemos hacer es observar las expresiones de esos sentimientos con la debida prevención de que tales manifestaciones pueden no ser sinceras, y con un elevado porcentaje de seguridad –en una proporción, digamos, mayor a un 50 %– no lo son. Parece que la gente finge sentimientos, y lo que a menudo creemos que son sentimientos, en realidad resultan ficciones con las cuales las personas se muestran para que las aceptemos, tomando ingenuamente la ficción como «realidad». Por esta razón nos desilusionamos y nos sentimos defraudados por los demás cuando descubrimos la verdadera realidad detrás de la máscara de fábula, al menos en nuestro caso.

La clave consiste en percatarse de que los sentimientos, si bien pueden ser sinceros tanto interna como externamente, son en cambio muy inconstantes y cambiantes, obviamente más en unos individuos que en otros. A esto le llamamos inestabilidad emocional, que se enfrenta muy a menudo con la conducta racional de la que hablaré seguidamente.

Pero en cualquier supuesto, y como no podemos cambiar a la gente (algo que debemos aceptar), en estos casos debemos emprender la tarea de cambiarnos a nosotros mismos. Dejar de fantasear con que la gente muestra sus verdaderos «sentimientos», cuando sus actos posteriores demuestran que no es en modo alguno de dicha manera, o asumir que lo inmutable del comportamiento humano es su inestabilidad emocional por sobre su presunta estabilidad racional.

Ciertamente, los individuos con alta estabilidad racional sufren mucho cuando deben tratar con personas de elevada inestabilidad emocional. En estos supuestos, el entendimiento entre ambos resulta prácticamente imposible, lo que en cierta forma es esperable, dado que una persona razona mientras que su interlocutor no lo hace. Los choques emocionales suelen ser muy fuertes y obnubilan la razón propia y ajena apenas se entra en contacto con otros, excepto que se tenga un control y dominio bastante grande sobre sí mismo, lo que no es frecuente de encontrar, máxime en situaciones extremas.

A veces pienso que ese egoísmo natural que todos tenemos se puede transformar en algo muy malsano, muy dañino a otros y a nosotros mismos. Ese egoísmo irracional del que nos habla Ayn Rand puede ser letal:

«Así como la satisfacción de los deseos irracionales de los demás no es un criterio de valor moral, tampoco lo es la satisfacción de los deseos irracionales de uno mismo. La moralidad no es una competencia de caprichos.»
—Ayn Rand, La virtud del egoísmo, p. 14; y El individualismo falsificado, p. 195.

No son pocas las personas que se guían por sus propios caprichos, que a la corta o la larga atenta contra ellos y por supuesto contra los demás.

«Un error similar es el que comete quien declara que, dado que el hombre debe ser guiado por su propio juicio independiente, toda acción que elige realizar es moral si es él mismo quien la elige. El juicio personal independiente es el hecho por el cual se habrán de elegir las acciones personales pero no es una norma moral, ni tam­poco una validación moral: sólo la referencia a un principio demostrable puede validar las elecciones personales.»
—Ayn Rand, La virtud del egoísmo, p. 14.

Es decir, dado determinado sujeto, su decisión de actuar en cierto sentido no es por sí misma una norma moral simplemente por el hecho de haber sido tomada libremente por el sujeto actuante. De tal suerte, la decisión del ladrón de robar nunca es ni puede ser una norma moral por la sola circunstancia de haber sido adoptada libremente por el ladrón. Es el contenido de la acción, y no la decisión de actuar, lo que determina si en tal acción hay moralidad o no.

«Así como el hombre no puede sobrevivir por medios arbitra­rios, sino que debe descubrir y practicar los principios que su super­vivencia requiere, tampoco puede el interés personal del ser huma­no estar determinado por ciegos deseos o caprichos arbitrarios, sino que debe ser descubierto y logrado mediante la guía de principios racionales. Ésta es la razón por la cual la ética objetivista es una moral de interés personal racional o de egoísmo racional.»
—Ayn Rand, La virtud del egoísmo, p. 14.

Lo opuesto al egoísmo racional es el irracional, y este es siempre malo, tanto cuando se lo practica hacia los demás como hacia uno mismo. Sin embargo, en el libro de donde hemos extraído estas citas, sus autores Ayn Rand y Nathaniel Branden manejan distintas definiciones de egoísmo, no siempre coincidentes entre sí. Pero aún salvando dichas contradicciones, podemos compartir al menos los párrafos que aquí hemos citado.

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Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Fundador, Director, Editor y Redactor de la revista de divulgación académica Acción Humana.