¿Personas o instituciones?

Este es el gran debate de vital actualidad desde siempre, sobre todo en Latinoamérica, marcada a fuego con el personalismo político desde sus albores coloniales. Legatarios de las monarquías absolutas europeas (pese a los intentos de importar sistemas no personalistas como el anglosajón, que en rigor fue único en su especie), los países hispanoparlantes nunca dejaron de ser monarquistas, no tanto por convencimiento o decisiones deliberadas, sino más que nada por costumbre o tradición hasta nuestros días. Y han querido adaptar sus peculiares «democracias» a ese espíritu monárquico del cual pocos tienen conciencia de poseer.

Es así que en Latinoamérica no importa tanto cómo se gobierna sino quién gobierna. El «cómo» pasa a ser algo secundario, y el «quién», lo fundamental. Es por eso que,la historia política de Latinoamérica es la historia de un continente donde han sabido convivir dictaduras al mejor estilo fascista con esa democracia criolla que tan poco tiene de tal. Y sigue siendo de este modo.

Pero volviendo al intríngulis del título, habrá que decir que el dilema es meramente aparente. No son pocos los que dividen las aguas como si personas e instituciones fueran cosas diferentes y separables, y en tanto algunos opinan que son los hombres quienes deben gobernar, otros se pronuncian en contra y afirman que las instituciones deben hacerlo.

¿Pero qué son las instituciones en definitiva? Más allá de toda definición técnica, jurídica o política, en el fondo las instituciones no son más que ideas de amplio consenso acerca de cómo deben organizarse las cosas y cómo deberían funcionar. De más está decir que las ideas son productos humanos, pero esto no equivale a afirmar serán los hombres quienes gobiernan, porque en realidad esos hombres son a su vez gobernados, no tanto por sus ideas propias, sino más bien por las ideas de otros que estuvieron en el pasado o que están en el presente, y que dieron lo que se llama el diseño institucional actual de un país.

Ahora bien, tengamos en cuenta que todas esas ideas son de muy diversa variedad y en muchos casos completamente opuestas entre sí. El marxismo y el liberalismo, por citar solo dos de ellas muy debatidas (más conocida la primera que la segunda) suponen en su plasmación práctica instituciones de índole muy diferentes entre ellas, al punto que se enfrentan en forma diametral.

Así se habla de instituciones políticas, económicas, jurídicas, sociales, religiosas, etc., significando las ideas de cómo debe organizarse y regirse la vida humana desde esos diferentes campos. Las instituciones son un producto socialmente evolutivo. No nacen espontáneamente, sino que son fruto de una larga maduración. Algunas fueron breves y desaparecieron pronto. Otras, por el contrario, perviven desde hace siglos.

Pero si nos adentramos en su análisis, descubriremos que detrás de cada institución hay una teoría que la sustenta, y en la medida en que se convierte en dominante por la aceptación creciente de una gran mayoría, se asienta en el tiempo y se torna en perdurable, hasta que otras teorías mediante el mismo proceso desplazan a las primeras y toman su lugar, en cuyo caso las instituciones cambian o se transforman.

En este tránsito progresivo, las instituciones se van abriendo camino primero mediante los usos y costumbres, y a medida que estos se extienden suelen encontrar plasmación legal. Esto sucede en todos los ámbitos humanos. Así, por ejemplo en la política, la institución de la monarquía dio paso a través del proceso descripto a la institución de la democracia, e incluso en los modernos países europeos se han fusionado y conviven (España, Gran Bretaña y Holanda pueden citarse como los ejemplos más conocidos entre los estados más grandes).

No todas las instituciones (no digo humanas porque es una burda redundancia, ya que las instituciones no pueden ser no humanas) son buenas ni provechosas para el hombre. Basta como ejemplo mencionar la institución de la esclavitud, cuya legalidad y aprobación generalizada como algo natural se prolongó durante centurias hasta bien entrado el siglo XX según los países que se consideren.

La institución es la teoría llevada a la práctica en un determinado campo del quehacer humano. Por eso carece de sentido el prolongado debate sobre la falsa disyuntiva hombres versus instituciones y viceversa, porque en rigor no existe tal distinción, excepto la del hombre con su creación intelectual. En el fondo, el debate sigue siendo entre teorías buenas o malas, útiles o inútiles, de acuerdo a las instituciones que fueron su resultado.

Esto se aplica a la llamada «calidad institucional», fórmula que en sí misma nos dice muy poco si prescindimos de lo explicado arriba. Si admitimos que el diseño institucional de un país o de una sociedad determinada es un proceso evolutivo, deberemos llegar a la necesaria conclusión que las instituciones adoptadas en el transcurso de la historia, como fruto de ese proceso escalonado, lo fueron porque en dichas sociedades se las pensó en su época y en cada momento a todas ellas de calidad.

Volviendo al ejemplo de la esclavitud, por espacio de mas de dieciocho siglos (si sólo contamos la era cristiana) se la entendió mayoritariamente como una institución útil y necesaria para el desarrollo de los pueblos. Y aunque no faltaron en todas las épocas voces que la cuestionaron con firmeza, el consenso ampliamente general logró imponerse y acallarlas, hasta que se produjo el recambio cultural que adoptó la postura inversa y tuvo a dicha institución como algo aberrante y enfrentado a la naturaleza misma.

Por eso, la pretensión de implantar por medio de la fuerza a instituciones reconocidas evolutivamente en cierta región o país en otra región país donde el estado de desarrollo social no ha llegado a esas instancias, o bien ha tomado un derrotero diferente, está condenada al fracaso, porque es como pretender cambiar el estado de naturaleza de las cosas, convertir lo que es en lo que no es.

Entonces el debate sobre si son las personas o las instituciones las que «deben» dirigir los destinos de la sociedad es estéril en el fondo, porque las personas son instrumentos de sus ideas y las instituciones son el resultado de esas mismas ideas acumuladas.

Comentarios

Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Fundador, Director, Editor y Redactor de la revista de divulgación académica Acción Humana.