El doble estándar de la política internacional
Todos tienen derecho a emitir una opinión frente a cualquier incidente internacional. De hecho, esto también sucede con los asuntos domésticos. Lo que resulta inadmisible es apelar a un recurso aparentemente racional para justificar esas visiones, sin reconocer que estas nacen desde posicionamientos anteriores al acontecimiento.
Desde una lógica tradicional, las premisas son las que conducen hacia las conclusiones en un proceso secuencial. Aquí es donde llama la atención el funcionamiento inverso de esta dinámica. Los lamentables sucesos recientes ocurridos en Medio Oriente son un claro ejemplo de este esquema, igualmente aplicable a otros parecidos.
Mucha gente tiene una posición definida en ese complejo conflicto y termina acusando a un bando de todos los desmadres, eximiendo de culpas al otro. Está claro que existe un enorme desconocimiento de la historia y la política, de los intereses geoestratégicos y económicos, como así también de cuestiones étnicas y hasta ancestrales que no se deberían ignorar.
En casi toda América Latina, un enorme porcentaje de la población se declara abiertamente antiestadounidense. Lo confirman estudios de opinión muy serios. Las razones profundas son variadas y la historia aporta elementos muy concretos. La intromisión en menesteres locales, la participación militar y la sensación de desprecio jugaron un rol monumental. No menos relevante en este devenir ha sido la eficiente tarea que han llevado a cabo los académicos de la izquierda latinoamericana, quienes diseminaron sus valores en las universidades y en los medios de comunicación, logrando darle contenido extra a esa batalla cultural.
Mas allá de los prejuicios, los hechos a veces son tan demoledores que no dejan margen de maniobra alguna para ensayar retorcidas especulaciones o intrincadas formas de visualizarlos. Lo que está mal, está mal, e intentar explicarlo solo deja en falsa escuadra a esos interlocutores que desean pasar inadvertidos disfrazándose de objetivos observadores de la realidad.
Usar varas diferentes según los actores, desacredita al portavoz. Cuando en un trance similar se utiliza idéntico razonamiento, queda al desnudo su indisimulable inclinación, dilapidando así su prestigio. Amplificar hechos otorgándole una magnitud exagerada mientras se ocultan deliberadamente a otros, pone en ridículo a quienes aspiran a ser voceros autorizados y los expone groseramente sin ecuanimidad alguna.
Durante décadas se ha escuchado la tesis que sostiene que ninguna nación debe entrometerse en los asuntos de otras. Sin embargo, se avalan ciertas elocuentes injerencias minimizándolas, mientras se hacen apasionados planteos soberanos en circunstancias equivalentes. Otro planteo recurrente es la cuestión democrática. Demandan con vehemencia institucionalidad y transparencia, pero sus aliados cometen desatinos sin cuestionamientos.
Va siendo hora de que la gente perciba con claridad el juego que fomentan esos pseudointelectuales con evidente moral ambigua. Para ellos, los culpables son siempre los mismos y las crueldades de sus “amigos” –esos que conducen regímenes dictatoriales– no merecen condena alguna.
No les importa la democracia, nunca creyeron en ella. Solo la usan como un medio alternativo cuando les favorece para alcanzar el poder. Por eso respaldan cualquier artilugio que los deposite en el lugar que les permite imponer sus ideas por la fuerza. Con esa impronta apoyan denodadamente sistemas teocráticos que son violadores seriales de derechos humanos esenciales. No los moviliza ninguna de esas conquistas vitales de la civilización.
Para ellos todo es blanco o negro, amigo o enemigo. Su lógica binaria es lineal y absurda. Los imperios son temibles, siempre que sean los de sus adversarios. El despliegue militar intolerable es el de sus rivales, pero jamás el de sus aliados ideológicos, esos despiadados a quienes no juzgan.
El cambio climático, la defensa del medioambiente, el indigenismo y la multiculturalidad son meros instrumentos para combatir a sus contrincantes. Ninguna de esas tramas les genera adhesión genuina alguna. De hecho, sus camaradas tendrían mucho que explicar al mundo entero respecto de sus acciones cotidianas en cada uno de esos tópicos. Su doble estándar está demasiado a la vista. No les interesa para nada la democracia ni las instituciones. Su meta está totalmente al descubierto. Sería saludable que los incautos no sigan cayendo en estas burdas trampas.
Siempre existirán naciones más admirables y otras más detestables, pero hay que tener cuidado con esa farsa en la que los juicios se reducen a señalar solo lo que está bien o eventualmente lo que está mal en esos países. La perfección no forma parte de la naturaleza humana, aunque sí es deseable persistir en su permanente búsqueda.
Mantener cierto equilibrio en el que, más allá de las simpatías, los individuos puedan evaluar a fondo cada situación, siempre con una mirada crítica pero al mismo tiempo propia. Esto sería un paso trascendental hacia la evolución que tanto se necesita para construir un planeta mejor.

Periodista. Consultor en Comunicación. Presidente de la Fundación Club de la Libertad (provincia de Corrientes). Liberal libertario, defensor de los derechos individuales y los mercados libres.
Comentarios