Economía doméstica en tiempos de coronavirus

El pánico, la angustia y los temores frente a la pandemia impactan en las conductas humanas y éstas condicionarán la marcha cotidiana de la producción y las finanzas.

Nadie duda, a estas alturas de las secuelas que traerá consigo esta contagiosa enfermedad. La paranoia ha encontrado un ámbito en el cual desplegarse y sus gigantescas derivaciones son incalculables.
La magnitud de lo que ocurre es innegable. Despreciar lo que sucede no aporta alivio alguno, pero exagerar todo puede también crear trastornos irreversibles que acarrearán otros problemas difíciles de cuantificar.
La economía viene sufriendo por estas horas. Algunos piensan que los mercados bursátiles reflejan el caos, pero ese es solo uno de los tópicos y no precisamente el más relevante de los datos a registrar.
Es preocupante lo que se visualiza en esos indicadores, ya que ellos muestran las expectativas generales sobre lo que podría pasar en el futuro, pero eso no debe considerarse aisladamente como un elemento definitorio.
Hay que mirar los barrios y las ciudades, las provincias y las regiones y no sólo a los países y a los continentes. No es porque unos sean más significativos que otros, sino porque cada unidad se mueve en su escala e ignorar esos efectos no ayuda a encontrar respuestas adecuadas.
En tiempos de globalización lo que hoy acontece aquí pronto repercute allá. No resulta razonable discutirlo y además los ciclos se han vuelto más breves. Esta calamidad es un ejemplo que valida esta afirmación.

Por eso vale la pena detenerse en esta arista que muchos subestiman, pero que será la primera en recibir cimbronazos si esta histeria colectiva se multiplica y los gobiernos toman determinaciones sin tenerla en cuenta.
Si las escuelas se cierran frente al argumento de la interrupción del contagio, muchos niños tendrán que permanecer con cuidadores ocasionales, con sus padres, acompañándolos a sus trabajos, o atrincherándose en sus casas.
La variante de enviarlos a los hogares de los abuelos, junto al grupo más vulnerable que identifica la ciencia, parece la más imprudente de las opciones, pero para algunas personas puede ser la única alternativa.

Ante este desafiante panorama, las insistentes demandas de una sociedad asustada que exige que todas las actividades se suspendan y que la gente se confine al máximo, el destrozo económico será de dimensiones colosales.
Si los ciudadanos se recluyen, el comercio colapsará rápidamente. En un contexto recesivo y sin ahorros suficientes, una pausa de pocos días exterminará a muchos que sobreviven solo con lo que generan cada día.

Un puestero ambulante que no vende, una lencería sin actividad, un restaurante vacío, una heladería sin clientes, un bazar sin movimiento, en un par de semanas iniciarán despidos, quedará gente en la calle, se interrumpirá la cadena de pagos y los proveedores desbarrancarán. Este no es el paraíso ni el mundo desarrollado. Con más de 30 % de pobres, casi la mitad de la economía en la marginalidad, no bancarizada e informal, sin conectividad de calidad ni tecnología de vanguardia la debacle será progresiva, lenta, pero también contunde y aplastante.
Cierto infantilismo intelectual lleva a creer que los demás viven como uno. Los independientes, profesionales y expertos disponen de ahorros y es probable que los sectores medios de la comunidad, puedan soportar la transición, pero parece que prefieren ignorar lo que está en proceso.
No menos real es que un porcentaje elevado de la población hoy no trabaja, está subsidiada y entonces no nota diferencia alguna entre su presente y ese eventual futuro que tanto atemoriza a los que viven de otro modo.
No existen las soluciones mágicas. La parábola de la sábana corta está hoy más vigente que nunca. No se puede accionar en una dirección sin atender las consecuencias directas que vienen de su mano. Esto es lo que aparece en la superficie. El monopolio de la irresponsabilidad no lo tienen solo los gobiernos. A la larga lista de funcionarios sin experiencia ni sentido común, se agregan ahora los arrogantes incapaces de escuchar visiones diferentes solo porque no encajan con la propia.

Adicionalmente, una turba de ciudadanos improvisados presiona sin lógica alguna a los que manejan la botonera intentando que cumplan con sus caprichos, apalancándose en los vicios de la democracia contemporánea.
Ciertos personajes de la política sucumben rápidamente mientras otros se mantienen, hasta el momento, resistiendo como pueden. Se necesitan en estas horas más líderes con coraje y menos simples seguidores de votos.
Es vital aceptar que no existen recetas lineales. Se debe comprender que el daño es inexorable, pero que el equilibrio en las decisiones debe balancear los impactos en cada sector de la sociedad para intentar minimizarlos.
Se trata de un ejercicio intelectual complejo. Requiere de enorme sensatez y gran frialdad, pero al mismo tiempo de una empatía a prueba de todo y una humanidad genuina que demuestre sensibilidad con mayúsculas.
Seleccionar rumbos teniendo en cuenta aspectos parciales conduce al fracaso. Las decisiones se toman minuto a minuto, y desgraciadamente con escasa información, ya que se sabe poco de esta catástrofe que brinda certezas a cuentagotas. Paciencia y ecuanimidad, serenidad y razonabilidad. Son sólo ingredientes, pero centrales para evitar lo peor.

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Alberto Medina Méndez

Periodista. Consultor en Comunicación. Presidente de la Fundación Club de la Libertad (provincia de Corrientes). Liberal libertario, defensor de los derechos individuales y los mercados libres.