La evidente ausencia de propuestas instrumentales
En momentos de tantas ansiedades cívicas es vital enfocarse en la discusión acerca de cómo generar cambios e implementarlos.
El modo de hacerlo no es algo menor y requiere de un debate a fondo que muy pocos están dispuestos a dar.
A estas alturas queda claro que el país requiere de una secuencia de reformas profundas que incluyen diversos aspectos.
El derrotero de los parches, del gradualismo y de los ínfimos ajustes de tuerca no sirven para dejar atrás años de decadencia moral, institucional y económica.
Si bien no existen consensos absolutos en todos los temas, se pueden identificar asuntos que emergen como preponderantes en la agenda.
Se podrá evaluar luego el orden de prioridades, pero la inflación, la inseguridad o la corrupción, seguramente figuran en esa grilla imaginaria de preocupaciones ciudadanas que jamás faltan en cualquier diálogo cotidiano.
La política y la sociedad no solo han visualizado esas cuestiones dramáticas, sino que en muchos casos ensayan una suerte de diagnóstico compartido.
Claro que en esa conversación algunos se concentran en los efectos y otros en las causas, pero casi todos coinciden en reconocer un fenómeno parecido que merece ser atendido con gran contundencia y a la brevedad.
En ese contexto se observa una fragilidad técnica, una debilidad elocuente al intentar convertir esa bronca e impotencia en un programa específico admisible que pueda conducir hacia una meta posible, pragmáticamente viable que aporte soluciones aceptadas por la inmensa mayoría.
Los problemas estructurales necesitan ser encarados con mucho cuidado, ya que no se trata solo de encontrar los remedios apropiados, sino que estos puedan permanecer por contar con el apoyo social indispensable.
En el pasado se ha intentado recorrer senderos similares, pero ninguno de ellos disponía de ese acuerdo popular para ser operativizado satisfactoriamente.
Ese devenir, completamente improvisado solo lleva a repetir tropiezos que impactan en el entusiasmo de quienes pretenden llevar a cabo la tarea. No es edificante este trayecto y por esa razón no sólo se trata de saber “que hacer” sino de acordar respecto del “como” hacerlo.
En ese sentido habrá que asumir que no se ha trabajado esta arista con el talento necesario.
Los discursos genéricos, la retórica grandilocuente es incapaz de explicar con claridad lo que se debe hacer concretamente para salir de este enredo.
En campaña los políticos se refieren a las problemáticas con absoluta superficialidad.
Después de todo, tampoco nadie espera que en un monólogo se desarrollen todos los pasos de un proceso que tiene muchas vertientes.
En los medios de comunicación también sucede algo similar.
El abordaje de cualquier tópico se resume en una lista de consignas básicas, que apelan a lugares comunes, frases hechas y recursos lingüísticos muy ambiguos.
No aparecerán, al menos en público, un pormenorizado intercambio técnico plagado de lenguaje sofisticado ni de elaboradas teorías científicas o coloquios repletos de ese academicismo intelectual propio de los ámbitos educativos de alto nivel.
Esa dinámica debería estar reservada a los espacios adecuados para que sean ellos quienes puedan diseñar un plan de gobierno compatible con las expectativas de una sociedad ávida de soluciones que puedan ser útiles.
Los dirigentes tienen la enorme misión de articular esas innumerables demandas de los votantes con aquellos proyectos que podrían ayudar a mitigar tragedias, o hasta resolverlas en un plazo bastante razonable.
La habilidad de un líder está en escuchar a la sociedad, tomar nota de sus anhelos y buscar no sólo los programas factibles, sino también convocar a los mejores para instrumentar esos planes que precisan de gente avezada, con experiencia, con conocimiento suficiente como para saber cuáles son las herramientas que habrá que usar para el cambio.
Lamentablemente no es eso lo que está sucediendo.
Pocos partidos y casi ningún candidato vienen valorando la relevancia de estar preparado para gobernar.
La obsesión por el poder nubla la vista al punto de ningunear esta faceta trascendental para la etapa siguiente a la del eventual triunfo.
No se puede empezar a decidir que se hará cuando recién se llega al gobierno. No hay tiempo físico para iniciar el camino en ese instante.
Es clave aterrizar en el poder con proyectos sólidos listos para ser puestos en marcha, y simultáneamente tener los jugadores prestos a ejecutarlo.
Urge tener la visión óptima para esta compleja coyuntura que se atraviesa.
Se avecinan transformaciones significativas que no llegarán sólo con buena voluntad y un conjunto de personas de bien.
Hace falta bastante más que eso para conseguir el objetivo deseado y el sueño de tantas generaciones.
Es hora de ser serios. La salida precisa dirigentes responsables, gente que no sólo declame ideas genéricas, sino que construya equipos de trabajo con académicos, intelectuales, idóneos, expertos e innovadores.
Es muy importante reunirlos, combinar sus conocimientos, encontrar puntos en común y comenzar a diseñar propuestas tangibles que puedan ser aplicadas muy pronto, y que cuenten con el aval cívico imprescindible para su éxito.

Periodista. Consultor en Comunicación. Presidente de la Fundación Club de la Libertad (provincia de Corrientes). Liberal libertario, defensor de los derechos individuales y los mercados libres.